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Se está volviendo tan estúpida como fea. Es de notar que mi tía no me tuteaba nunca. Desde el día en que fue mujer de mi tío, creyó ponerse a la altura de su situación, suprimiendo el de su vocabulario. Trataba de usted hasta a sus conejos. No soy de su opinión le repuse secamente, me encuentro muy linda. ¡Qué disparate! exclamó mi tía. ¡Linda, usted! ¡Un fenómeno del alto de la estufa!

¡Quién diría que estamos en un buque! exclamó . Usted, Fernando, que es poeta, u otro escritor profesional, si hubieran de describir esta parte del Goethe, ¡qué cosas tan hermosas dirían... y tan falsas! De seguro que el lugar donde estamos sería el templo del fuego y las máquinas los altares.

¡Dime quién es ese hombre! ¡quién es esa rubia! chilló de nuevo acercándose a la cama. Pero, ¡qué rubia ni qué berenjenas! exclamó don Bernardino dando un golpe al gorro, que acabó de ladearle; ¿quieres oírme? siéntate, y calla, que tengo muchas cosas graves que decirte. Pasmóse, con esto, misia Gregoria. ¡Ay, Bernardino, por Dios!

Por primera vez en su vida compadeciose de los sufrimientos del prójimo. ¡Doctor, querido doctor! exclamó, estrechando la mano de Bernier, ¡daría toda mi fortuna por salvar a ese valiente muchacho! Cinco días después, el mal había avanzado más aun.

¡Permítame usted! le dijo él, tratando de abrirse paso. Pero el sitio que dejaba libre el envoltorio era demasiado estrecho, y no podía pasar. Por el otro lado impedían el paso el conductor y el comerciante grueso y rojo. Este último fingía no darse cuenta de que Krilov quería descender. ¡Pero déjeme usted pasar! exclamó Krilov con cólera . Conductor, ¿oye usted? ¡Reclamaré!

¡Tate, y qué gran cosa es el muchacho éste, que se ruboriza como una doncella y al propio tiempo sermonea como todo el sacro Colegio de Cardenales! exclamó el arquero.

¡Vivir en la oración! continuó. ¡Vivir orando con los ojos del alma fijos en el eterno y leal amor! ¡Repetir incesantemente su nombre y sus alabanzas! ¡Eso si es felicidad! No dijo del mismo modo la mujer perfecta; yo no rezo, yo no puedo rezar. ¡Ay! exclamó él. Eso lo dice usted porque en su modestia le parece que aún no es bastante perfecta.

En el primer momento no podía hablar y balbuceaba palabras confusas; pero la posesión del precioso documento pronto le devolvió la energía. Dominó su conmoción y exclamó apretando con ansia febril la mano del intendente: ¡Oh Mathys! ¡Si supierais cuán feliz me siento! El más bello sueño de mi vida parecía desvanecerse para siempre y hete aquí que se realiza de golpe. ¡Gracias, gracias!

¡Quiá! exclamó el aldeano, soltando otra vez la carcajada.

¡Qué demonio de accidente! ¿Qué apoplejía? dijo otro . Buena facha de apoplético tiene este señor, más seco que un bacalao. Más bien será un desmayo de debilidad exclamó un cuarto interlocutor, que despuntaba por lo gracioso . Su mujer lo gastará todo en moños, y comerá poco en su casa.