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Aquella excitación a la puntualidad, la primera, palabra de disciplina que me dirigía un desconocido, me impresionó: alcé la vista y le examiné. Tenía aspecto de fastidio, reflejaba indiferencia, y ni se acordaba ya de lo que me había dicho. Recordé la recomendación de Agustín. Un relámpago de estoicismo y de decisión iluminó mi espíritu. Tiene razón pensé; me he retrasado medio minuto. Y entré.

Usted se irá dando cuenta, Gentleman-Montaña continuó , de que ha llegado á un país diferente á todos los que conoce, una nación de verdadera justicia, de verdadera libertad, donde cada uno ocupa el lugar que le corresponde, y la suprema dirección la posee el sexo que más la merece por su inteligencia superior, desconocida y calumniada desde el principio del mundo.... Deje de mirarme á unos instantes y examine la muchedumbre que le rodea.

Después de tomar mi bebida caliente, me acerqué de nuevo al escritorio de mi amigo muerto, y lo examiné cuidadosamente para ver si tenía algunos cajones secretos.

Y desde la orilla opuesta el coro de una canción de amor. Dejando a mi víctima en el bote, me volví hacia la «Escala de JacobTenía poco tiempo disponible. Además, de un momento a otro podían venir a relevar al centinela. Inclinándome sobre el tubo, lo examiné desde el punto en que proyectaba del agua hasta su extremidad superior, que parecía hundirse en el macizo muro.

Es tan buena, que sobre serme fiel, tiene la costumbre de entregarme todos sus pensamientos para que yo los examine. ¡Ojalá pudiera yo entregarle los míos! Y ahora, cuando me traes esos absurdos cuentos, me veo tan por bajo de ella, que no puede ser más. misma me estás castigando con eso de decirme que mi mujer es como , o que en algo puede parecerse a ti.

La examiné con tanta atención, cuanto que la suponía, como era cierto, la heroína de la historia de amor que iba a desenlazarse esa noche, según me anunció el cura. Tenía como veinte años, y era alta, blanca, gallarda y esbelta como un junco de sus montañas.

Pocos minutos después, hallábame en el tren, sentada frente a mi tío, completamente desorientada y aturdida por el movimiento del tráfico y por la novedad de mi posición. Así que me repuse algo, examiné al señor de Pavol. Mi tío, de altura mediana, bien formado, de espaldas anchas, manos gruesas, coloradotas y poco cuidadas, no ofrecía a primera vista un aspecto aristocrático.

Bien entonces, si es su amigo, le aconsejo que esté siempre alerta. ¿Está usted seguro de que no ha visto jamás a este otro hombre? ¿qué no conoce a este amigo de Seton? me interrogó muy encarecidamente. Tomé en mi mano el retrato y me acerqué adonde estaba la opaca lámpara de kerosene. Lo examiné muy atentamente y me fijé en todos sus detalles.

Ya iba a abandonar la partida, cuando el título de un librito me hizo prorrumpir en un grito de alegría. Eran las biografías de los reyes de Francia hasta Enrique IV inclusive. Tenía adjunto un grabado bastante bueno, representando a Francisco I, vestido con el espléndido traje de los Valois. Lo examiné con asombro. ¿Y es posible me dije, que haya hombres tan lindos como éste?

Fuera de otras noticias confusas, que mal explicadas de unos en otros indios, han llegado en varios tiempos á Buenos Aires, este año de 1740, examiné con industria á un indio de los de la Cordillera de Chile, llamado Francisco, á quien los indios, que acá llamamos Césares, habian traido muy muchacho por esclavo.