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Dios la preferencia a los heridos; mas aunque se trató de evitarles toda molestia, fue imposible levantarles de donde estaban sin mortificarles, y algunos pedían con fuertes gritos que los dejasen tranquilos, prefiriendo la muerte a un viaje que recrudecía sus dolores.

D. Laureano la miró, sacudiendo al mismo tiempo la cabeza con indignación. ¡Allá voy, escandalosa, allá voy! respondió entre resignado y furioso, y volviéndose a los esposos añadió bajando la voz: Me voy por evitarles otro disgusto. El peor de los males no es tratar con animales, sino con locos. Perdonen ustedes. Buenas noches. Y salió detrás de su querida.

Al oír mentar á los jesuítas, Urquiola dió un respingo en su asiento. Ahora se sentía en terreno fuerte: era como si atacasen á su familia. Y miró á las dos mujeres, como invitándolas á que presenciasen el gran vapuleo que iba á dar al impío... ¿Qué tenía que decir de los jesuítas? Eran unos sacerdotes sabios, prudentes y buenos, que se sacrificaban por dirigir á las gentes hacia la virtud. Ellos, siguiendo al glorioso San Ignacio, habían contenido la infernal propaganda de Lutero, atajando la revolución religiosa, prestando á los pueblos latinos la gran merced de evitarles este contagio. Eran el brazo derecho del Papa; los que mantenían en toda su pureza el catolicismo. ¿Y sabios?...

Además, si hace uso de su gran poder sobre el cardenal, es para evitarles las chillerías de Su Eminencia, que muchas veces, en sus ratos de dolor furioso, quiere arrojar copas y platos a la cabeza de los familiares. ¿Por qué se han de meter con ella? ¿Les hace algún daño acaso? Cada uno en su casa, y al que sea malo ya lo castigará Dios. Se rascó la sien, como vacilando una vez más.

Dejaba bienes a los hijos de sus esclavas, mestizos de otras razas, porque eran de su sangre y deseaba evitarles los sufrimientos de la miseria, pero les prohibía que usasen el apellido de su padre, el nombre de los Febrer, que se habían mantenido siempre puros de cruzamientos vergonzosos en su casa de Mallorca.

Algunos días después fueron a instalarse al castillo de la Venerie, donde la presencia de los invitados debía evitarles el disgusto de las largas conversaciones.