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Pendenciero, jugador y amante de dar guerra a las mujeres, era más que difícil hacerlo sentar la cabeza; y el virrey, que le profesaba paternal afecto, se propuso en Lima casarlo de su mano, por ver si resultaba verdad aquello de estado muda costumbres. Evangelina Zamora, amén de su juventud y belleza, tenía prendas que la hacían el partido más codiciable de la ciudad de los Reyes.

Una noche la infeliz esposa se encontraba ya recogida en su lecho, cuando la despertó don Fernando pidiéndole el anillo nupcial. Era éste un brillante de crecidísimo valor. Evangelina se sobresaltó; pero su marido calmó su zozobra, diciéndola que trataba sólo de satisfacer la curiosidad de unos amigos que dudaban del mérito de la preciosa alhaja.

Despidióse el marqués, y Vergara lo acompañaba a la sala; pero al llegar a ésta, volvió la cabeza hacia una mampara que comunicaba al dormitorio de Evangelina, y al través de los cristales vióla sollozando de rodillas ante una imagen de María. Un vértigo horrible se apoderó del espíritu de don Fernando, y rápido como el tigre, se abalanzó sobre el marqués y le dió tres puñaladas por la espalda.

Ante tan franca confesión no quedaba al tribunal más que aplicar la pena. Evangelina puso en juego todo resorte para libertar a su marido de una muerte infamante; y en tal desconsuelo, llegó el día designado para el suplicio del criminal. Entonces la abnegada y valerosa Evangelina resolvió hacer, por amor al nombre de sus hijos, un sacrificio sin ejemplo.

El interés, cualquiera que él sea, de las domésticas disensiones entre el irascible don Juán de Prezanes y su vecino, pesa e importa poco ante el alarde de fuerza muscular de los nuevos Entellos y Dares, ante el empuje del ábrego desatado, o ante la nube de polvo que levantan novillos y terneras. Herman y Dorotea, Evangelina y Mireya.

Soto y Calvo es una bella composición, por el estilo del Hermán y Dorotea de Gœthe y de la Evangelina de Longfellow, si bien en el Nastasio no se advierte imitación, sino mucha espontaneidad. Su lenguaje es castellano muy puro. Por eso mismo me ha sorprendido y me ha contristado más la carta-prólogo que en el Nastasio he leído.

Evangelina tuvo así motivo para encontrarse frecuentemente en palacio en sociedad con el capitán de gentileshombres, que a fuer de galante no desperdició coyuntura para hacer su corte a la doncella; la que al fin, sin confesar la inclinación amorosa que el hidalgo extremeño había sabido hacer brotar en su pecho, escuchó con secreta complacencia la propuesta de matrimonio con don Fernando.

El abuelo y el padre de Evangelina acrecieron la herencia; y la joven se halló huérfana a la edad de veinte años, bajo el amparo de un tutor y envidiada por su riqueza. Entre la modesta hija del conde de la Monclova y la opulenta limeña se estableció, en breve, la más cordial amistad.

Pocos años después, la muerte cernía sus alas sobre el casto lecho de la noble esposa, y un austero sacerdote prodigaba a la moribunda los consuelos de la religión. Los cuatro hijos de Evangelina esperaban arrodillados la postrera bendición maternal.

Muchas noches lo llevaba a cenar a la casa de Evangelina y, terminada la cena, los dos amigos se encerraban en una habitación a descamisarse, palabra que en el tecnicismo de los jugadores tiene una repugnante exactitud. Decididamente, el jugador y el loco son una misma entidad.