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El rey dobló la carta lentamente, se soslayó de nuevo, y la guardó en su bolsillo. ¿Qué decís á esto, doña Juana? la preguntó el rey. La duquesa se había quedado con el velón en posición de alumbrar al rey y hecha una estatua. Dejad, dejad el velón, y venid á sentaros frente á mi. Dios me perdone, pero juraría que estábais temblando.

La duquesa tomó la carta, se acercó á la luz, buscó sus antiparras, se las caló y leyó lo siguiente: «Ayer fuí á vuestra casa y estábais enferma; yo que gozáis de muy buena salud: ayer tarde pasé por debajo de vuestros miradores, y al verme, os metísteis dentro con un ademán de desprecio; anoche hicísteis arrojar agua sucia sobre los que tañían los instrumentos de la música que os daba; esta mañana no contestásteis á mi saludo en la portería de damas y me volvísteis la espalda delante de todo el mundo; todo porque no he podido ser indiferente á vuestra hermosura y os amo infinitamente más que un esposo que os ha ofendido, degradándose.

Después de haberme perdido... ¡Dios mío! yo no cómo puedo mirarte á la cara, ¡miserable! ¡conque es decir que si su majestad come de la perdiz...! ¡Os ahorcan! y por eso yo avisé á vuestra mujer; como no estábais en la casa, vuestra mujer procuró salvarse, y salvar vuestro caudal... dejamos encargado á cierta persona que os avisara, pero sin duda no ha dado con vos.

Largas y turbulentas veladas de amor, estabais lejanas, pero no olvidadas. ¡Qué impaciencia en la espera! ¡Qué alegría cuando llegaba! ¡En la posesión, qué completa entrega de alma y cuerpo! ¡Qué dulce laxitud en el reposo! Y en la despedida, ¡qué dulcísima pena! ¿Quién hacía la última caricia? Esto que era irrecordable.

La condesa llevaba maternalmente entre sus brazos a un pequeño perrillo de pelo largo y sedoso, una verdadera miniatura de faldero blanco y rojo, que decía ser originario de Méjico y que era admirado y codiciado por todos sus conocedores. Mi muy querida dijo , me habéis dicho que estabais enamorada de Toby. Permitidme que os lo regale. La señora de Maurescamp exclamó: Pero, ¡es posible!

Volveos al lado de quien estábais, y dejad a los demás que a sus negocios vayan, que otra cosa no os importa, ni yo he de permitirlo. Oyendo estuvo Cervantes estas palabras en silencio, el sombrero en la mano, el amor en los ojos y la sonrisa en los labios; y atentas estuvieron también a aquellas palabras, Margarita asombrada y la tía Zarandaja alegre.

Durante este día, le daban a la pobre enferma frecuentes desmayos; me había dicho por la mañana: «He soñado cosas harto dolorosas para vos, ¿estabais bienLe contesté que y le apregunté qué era lo que había soñado: «Cosas bastante desagradables...» y no pudo decir otra cosa.

No me recordéis eso... No me abráis la llaga,.. ¡Qué hermosa estábais, Dorotea! ¿Qué, ahora lo estoy menos? dijo con acento singular la comedianta. No, no por cierto. Ahora estáis más hermosa, pero sois también más mujer. Entrémonos aquí dijo la Dorotea ; empieza á llover. Y se detuvo delante de una puerta, tras la cual se veía un fondo largo y negro. Pero ved, hija mía, que esto es una taberna.

10 En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin ha reflorecido vuestro cuidado de ; de lo cual aun estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. 11 No lo digo en razón de indigencia, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. 13 Todo lo puedo en el Cristo que me fortalece. 14 Sin embargo, bien hicisteis que comunicasteis juntamente a mi tribulación.

13 Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre del Cristo. 14 Porque él es nuestra paz, que de ambos hizo uno, deshaciendo la pared intermedia de separación; 16 y reconciliando a ambos con Dios por el madero en un mismo cuerpo, matando en ella las enemistades.