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Todo el Templo estaba magestuosamente adornado con ricas colgaduras de damasco y terciopelo carmesí, y atestado todo de lo más lucido y grave de la Ciudad, sin haber tribuna, coro, ni sobrecoro que no estuviera lleno, ocupando autorizadamente la primera tribuna de la Epístola el Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. D. Pedro de Alagón, Arzobispo Obispo de Mallorca.

Como si la estuviera esperando estaba abierto en su silla el libro viejo, abierto de medio a medio. Pasito a pasito se le acercó Nené, muy seria, y como cuando uno piensa mucho, que camina con las manos a la espalda. Por nada en el mundo hubiera tocado Nené el libro: verlo no más, no más que verlo. Su papá le dijo que no lo tocase.

No abusaré de la paciencia del lector contándole punto por punto lo que pasó en aquélla, ni le diré tampoco cuántos padres de la patria llevaban el frac mal sentado, como si no estuviera cortado a su medida, ni cuáles señoras de estos insignes patricios iban hilvanadas con las marchitas rebuscaduras del baúl, ni qué familias visibles de la corte estaban representadas allí por apuesto mancebo o seductora dama.

¿Y se llama «Risueño» el petizo? preguntó sonriendo Lorenzo. ¿Sabe por qué le pusieron?... porque cuando siente el freno, que se lo van a poner en la boca, sabe levantar el labio, que parece que se estuviera riendo. ¡Ahí viene Ricardo!... ¡Qué toilette tan larga! No, es que me quedé hablando con Melchor; buenos días, Baldomero. ¿Cómo pasó la noche, don Ricardo?

Si la santa fe de nuestros padres no estuviera tan perdida; si las perversas doctrinas del filosofismo francés no nos hubiesen inficionado, ese hombre, en vez de vestir el honroso uniforme de la marina, vestiría el sambenito; en vez de andar libre por ahí, piedra de escándalo, fermento de impiedad, levadura del infierno, corrompiendo lo que aun en el cuerpo social se conserva sano, estaría en los calabozos de la Inquisición ó ya hubiera muerto en la hoguera.

El suicidio de su cuñado lo confundió, muy sencillamente, con los actos incomprensibles de la locura, actos que debía tapar el silencio. Uno de sus principios era precisamente la conveniencia de evitar el escándalo, y hasta las alusiones a cualquier suceso que no estuviera en el orden.

Si estuviera segura de encontrar en casa de esa gente personas conocidas, puede que aceptase por Paulina... Hay tan pocas distracciones en Aiglemont... La abuela logró apenas contener una sonrisa que yo adiviné en su mirada casi maliciosa.

Se siente uno como gigante, o como si estuviera en la cumbre de un monte, con el mar sin fin a los pies, cuando lee aquellos versos de la Ilíada, que parecen de letras de piedra. En inglés hay muy buenas traducciones, y el que sepa inglés debe leer la Ilíada de Chapman, o la de Dodsley, o la de Landor, que tienen más de Homero que la de Pope, que es la más elegante.

No negaba que su familia estuviera en «buena posición»; pero ¿qué importaba esto?

Después dijo, con una expresión de melancolía que contrastaba con su habitual vivacidad: La suerte de esas pobres mujeres es de lo más triste que se puede soñar. ¿Siguen creyendo en la inocencia del joven? Siempre. ¿Y no hacen nada? ¡Qué quiere usted que hagan? ¡Si yo estuviera en su lugar haría algo!