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Clara le amaba, y á su despecho, contra su voluntad, había declarado su amor; pero sólo con los ojos, por donde se le iba el alma en busca del bizarro y gracioso estudiante, sin que todos sus escrúpulos religiosos v filiales fuesen bastante poderosos para detenerla. Don Fadrique pudo convencerse, en el largo coloquio que tuvo con D. Carlos, de que su pasión por Clara era verdadera y profunda.

El Autor vino en ello, porque se dejaba gobernar del tal Apuntador, como de hombre que tenía grandísima curia en la comedia, y había sido estudiante en Salamanca, y le llamaban el Filósofo por mal nombre; y llegando con el papel de la segunda dama a Ana María, mujer del que cantaba los bajetes y bailaba los días de Corpus, habiéndole dado la primera dama a Mariana, la mujer del que cobraba y que hacía su parte también en las comedias de tramoya, arrojándole, dijo que ella había entrado para partir entre las dos los primeros papeles, y que siempre le daban los segundos, y que ella podía enseñar a representar a cuantas andaban en la comedia, porque había representado al lado de las mayores representantas del mundo y en la legua la llamaban Amarilis , segunda deste nombre.

Así que nos vió, entró en el portal de nuestra fonda, y subimos juntos. ¿Qué hay, mi buena señora Fonteral? la pregunté. Tome usted dos notas. En esta va el nombre del padre del estudiante, y el pueblo de Rodhese, en donde vive. En esta otra hallará usted el nombre y apellido de una hermana de Luisa; casada en la misma ciudad en que está su familia, y á quien sus padres aman en extremo.

Y ¡cómo que ha cometido sacrilegio! dijo a esto el adolorido estudiante : que puesto que yo no soy sacerdote, sino sacristán de unas monjas, el dinero de la bolsa era del tercio de una capellanía, que me dio a cobrar un sacerdote amigo mío, y es dinero sagrado y bendito.

No recuerdo bien si entonces me di exacta cuenta de todo lo que ahora digo; pero lo que de cierto es que adiviné la superioridad más y más determinada de ella sobre porque en aquel momento medí con absoluta certeza y con una emoción que nunca había experimentado, la enorme distancia que separa a una joven que frisa en los diez y ocho años, de un estudiante que apenas cuenta diez y siete.

Luego le hacía cosquillas, acostaba al gato con él, le retiraba las sábanas con la debida precaución para que no se enfriase. El sueño se cebaba de tal modo en aquel cuerpo, por las exigencias de la reparación orgánica, que el despertar del estudiante era obra de romanos y una de las cosas en que más energía y constancia desplegaba doña Lupe.

Las orejas se le transparentaban, los ojos parecían dos ascuas, y el cráneo le lucía como un espejo convexo. Los singulares objetos que le rodeaban, ó los que cubrían las paredes de la habitación, aumentaban el terror del estudiante.

Ya no estaba en el colegio. Su vida era la de un estudiante de familia rica que remedia la parsimonia de sus padres con toda clase de préstamos imprudentes. Pero Madariaga salía en defensa de su nieto. «¡Ah, gaucho fino!...» Al verlo en la estancia, admiraba su gentileza de buen mozo.

El estudiante se licencia en leyes; nuestro licenciado se casa; el casado se hace juez; el juez no tiene lo que necesita para vivir; pero no recibe de nadie un maravedí por sus legítimos derechos; abandona el juzgado; el cesante, viene á Madrid; se hace banquero, el banquero se hace diputado, el diputado se hace ministro.

«Tanto te empeñarás dijo al estudiante aquella noche , que al fin lo vas a conseguir». ¿Qué, tía? Que vaya yo en persona a ver a esa... Pero conste que si voy es contra mi voluntad. Maximiliano, que era bondadoso y quería estar bien con ella, no quiso manifestarle indiferencia. «Pues , tía, si usted va a verla, se lo agradeceremos toda nuestra vida».