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Batistet, en tanto, con una prudencia precoz, cogía la escopeta y á la luz del candil la secaba, limpiando sus cañones, esforzándose en borrar de ella toda señal de uso reciente, por lo que pudiera ocurrir. La noche fué mala para toda la familia. Batiste deliró en el camón del estudi.

Se levantó quebrantada, como si saliese de un delirio. Aquel día era domingo y no iba á la fábrica. Entraba el sol por el ventanillo de su estudi y toda la gente de la barraca estaba ya fuera de la cama. Roseta comenzó á arreglarse para ir con su madre á misa. El endiablado ensueño aún la tenía trastornada.

¡Batiste! ¡Batiste!... Vine pronte. Y Batiste corrió á través del campo, asustado por el tono de voz de su mujer. Luego vió que se mesaba los cabellos gimiendo. El chico se moría: bastaba verlo para convencerse. Batiste, al entrar en el estudi é inclinarse sobre la cama, se agitó con un estremecimiento de frío, algo así como si acabasen de soltarle un chorro de agua por la espalda.

El niño quedó abandonado en el camón del estudi, revolviéndose con los ojos empañados por la enfermedad, y balando débilmente: «¡Mare! mare

Y que no olvidase comprar hilo, agujas y unas alpargatas para el pequeño. ¡Criatura más destrozona!... En el cajón de la mesita encontraría el dinero. Y mientras la madre daba una vuelta en la cama, dulcemente acariciada por el calor del estudi, proponiéndose dormir media hora más junto al enorme Batiste, que roncaba sonoramente, Roseta seguía sus evoluciones.

Todo esto sin contar que Teresa, más de una vez, se encerraba en su estudi, y abriendo un cajón de la cómoda, desliaba pañuelos sobre pañuelos para extasiarse ante un montoncillo de monedas de plata, el primer dinero que su marido había hecho sudar á las tierras.

No volvería más á la huerta. En la barraca quedaba la pobre muchacha ocultándose en su estudi para gemir, haciendo esfuerzos por no mostrar su dolor ante la madre, que, irritada por tantas contrariedades, se mostraba intratable, y ante el padre, que hablaba de hacerla pedazos si volvía á tener novio y daba que hablar con ello á los enemigos del contorno.

En la obscuridad del estudi y todavía despierto, vió surgir una figura pálida, indeterminada, que poco á poco fué tomando contorno y colores, hasta ser Pimentó tal como le había visto en los últimos días, con la cabeza entrapajada y su gesto amenazante de terco vengativo. Molestábale esta visión, y cerró los ojos para dormir.

Un instante nada más: lo indispensable para sacar del estudi el saquito de plata, producto de la cosecha. ¡Ah, buena Teresa! No era necesario que contuviese al marido, sufriendo sus recios empujones. Una barraca arde pronto; la paja y las cañas aman el fuego.