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Sus pies se despegaron del suelo, se sintió elevada; un impulso brutal la hizo caer de costado al pie de un naranjo, al mismo tiempo que en sus ropas se agitaban unas manos convulsas, estremecidas, que herían las carnes con caricias de fiera. Fue una lucha brutal, innoble que duró unos instantes. La walkyria reapareció en la mujer vencida.

La fundó un quinto abuelo de doña Rebeca, que murió en un manicomio y que dejó lastimosa descendencia de locos y suicidas. Desde entonces siempre se habían oído en ella gritos frecuentes, carreras y estruendos; siempre habían gemido las puertas, estremecidas por violentos impulsos, en el fondo oscuro de los corredores.

Allá arriba, en el libre monte, el agua centellea al sol y transparente, á pesar de la profundidad, deja ver las blancas piedras, la arena y las hierbas estremecidas de su lecho; murmura dulcemente entre las cañas; los peces surcan la corriente, rápidos, como flechas de plata, y los pájaros hacen temblar la superficie al choque de sus alas.

A Ojeda le pareció oír mentalmente un alarido general, un relincho inmenso que subía hasta el cielo; y no lo lanzaban las bocas, repentinamente secas: partía de los ojos extraviados, de las ropas estremecidas, de las narices palpitantes. La miraban lo mismo que los pueblos primitivos debieron mirar la primera revelación celeste.

Sin duda que la vegetación de los márgenes, aspirando la humedad por sus raíces y bebiendo abundante vapor por sus hojas, es bastante más viva y alegre; las parras salvajes, los álamos blancos y el temblón con sus hojas de plata constantemente estremecidas, se levantan hacia el espacio altos, derechos, hinchadas de jugo sus fibras y lisa su corteza, rompiéndose por el impulso de la savia que se desborda.

La vida está en todas partes; en el fondo, donde las formas graciosas é indistintas se agitan sobre la arena y el lodo, entre el espeso tapiz de plantas estremecidas constantemente por las sacudidas de una pululante multitud, oculta en la superficie por donde corren los girinos y se enlazan los insectos patinadores por entre los juncos donde brilla el ala matizada de la libélula, y bajo los arbustos de la orilla, donde resplandece como un zafiro el plumaje del martín-pescador. ¿A quién pertenece, pues, el arroyo, del cual nos titulamos propietarios como si fuéramos los únicos en gozarlo? ¿No pertenece también, ó mejor que á nosotros, á todos los seres que lo pueblan, del que sacan la subsistencia y la vida?

Y los átomos de ese astro se dispersan y se convierten bien pronto en una lluvia, de la cual las mariposas de esta tierra, que buscan en vano los cielos y vuelven a descender, ¡criaturas jamás satisfechas! nos devuelven partículas a veces sobre sus alas estremecidas.

Lo mismo que á nosotros nos encanta el relato de la vida salvaje en la selva virgen, lo mismo sentirán ellos el encanto cuando se les hable del libre arroyo, donde multitud de peces errantes remaban contra la corriente, retozones y alegres, con sus aletas y cola, ó del pez solitario que atravesaba la corriente como un rayo de luz apenas entrevisto, ó bien de las hierbas flotantes estremecidas constantemente por las ocultas multitudes que las poblaban.

Pero yo que, desembarazándose de las amargas preocupaciones de la vida, su existencia va á extinguirse por las caricias del agua pura y las ondulaciones de las estremecidas hierbas.

Encontraba exquisito el piar de los pájaros; el rumor de las hojas estremecidas llevaba a sus oídos melodías desconocidas; la Naturaleza se le revelaba hermosa y fascinadora, y en su espíritu asociaba la belleza de María Teresa a aquel culto algo pagano que lo impulsaba a desear arrodillarse y adorar a Dios en los seres y en las cosas. Pero llegaban a la verja.