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Sin hábitos de trabajo, sin capacidad de adquisición, sin habilidad comercial, sin cultura universitaria ni de otro género alguno, ¿qué será de éstos viejecitos? Felizmente para ellos, pocos llegarán a octogenarios. ¡Qué diferencia con la generación anterior, la de sus padres! Estos sabían, y saben trabajar, estudiaban, se afanaban por ser algo en el mundo.

Sólo en los raros momentos de amor acallaban su hambre y su crueldad estos ásperos guerreros, despobladores del mar. Las parejas se abstenían de devorarse. Se encontraban apetecibles, pero sus triples dientes y sus aletas de sierra se limitaban á una ruda caricia. La hembra se dejaba dominar por el compañero que enganchaba en ella sus instrumentos de presa.

El jefe de la familia es la señora marquesa de Leiva, y a estas horas ha tomado todas las providencias necesarias para que todo vuelva a su lugar. Nada me corresponde hacer. ¡La señora condesa está tan arrepentida de aquellas palabras! Que Dios la perdone... Mi responsabilidad está a cubierto... ¿Pero a qué estos artificios, Sr. de Araceli? ¿Cree usted que no le comprendo?

Buscó febrilmente la firma y llena de horror descubrió estos dos nombres execrados: Fortunato Roussel. Herminia, asombrada, permanecía en pie delante de su tía sin comprender sus acciones ni sus palabras. Por fin se arriesgó á preguntar: ¿Usted sabe, pues, tía mía, quién es este joven? ¡Es él, es él! exclamó Clementina con ímpetu.

Estas eran dulces quimeras e ilusiones presuntuosas del amor sin experiencia. Hoy he querido ver todo eso, pero la magia de los hermosos días ha desaparecido. La casa ha sido abandonada a nuevos propietarios, y éstos, sin consideración alguna, han devastado sus parterres y arrancado sus madreselvas. No han respetado nada de lo que ella amaba; ¡lo que ella amaba! ¿acaso lo saben esas gentes?

En el coro gemía una voz de tenor las lamentaciones y trinos de los profetas orientales. Estos lamentos por la muerte de Cristo se perdían sin eco en el templo medioeval, monumento democrático de una época que Introdujo en todas las expansiones religiosas su alegría de vivir al amparo de los muros, mientras la muerte y la desolación corrían los campos.

Aresti volvióse hacia su primo, que comía silencioso, lanzando alguna que otra mirada al sobrino de su mujer. ¿Qué te parece, Pepe, cómo piensan estos jóvenes? Y encarándose con Urquiola, le dijo con una timidez irónica, dando á entender su deseo de rehuir discusiones con él. Pues esa pillería venida de... España; ese rebaño maketo y pecador, es el que trabaja y da prosperidad á Bilbao.

Os ruego que vengáis, reverendo señor; de otro modo no os hallaréis en estado de cumplir vuestros deberes mañana domingo. ¡Ah! ¡Ved cómo los libros perturban el cerebro! ¡Estos libros, estos libros! Debéis estudiar menos, buen señor, y procuraros algún recreo, si no queréis que estas cosas se repitan. Iré con vos á mi casa, dijo el Sr. Dimmesdale.

Hubo ocasiones en que, haciéndose el distraído, llegó a dejarle encerrado en su habitación para que no pudiera decirla a ninguna hora. Nuestro presbítero aceptaba resignado estos vejámenes y los encomendaba a Dios, como todos los disgustos y alegrías que experimentaba en esta vida. El carácter de D. Miguel le producía repugnancia y terror.

Y estos no tienen místicos perfumes Del balsámico aliento del Señor, Ni del artista los ligeros tintes, Ni el trazo fuerte del pensar creador. Son el aroma de las flores secas, Ecos errantes de cancion fugaz, Gotas amargas á la vez que dulces Con que el destino humedeció mi faz.