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Ester subió en silencio los escalones, y permaneció de pie en el tablado, asiendo á Perla de la mano. El ministro tomó entre las suyas la otra mano de la niña. No bien lo hizo, parece como si una nueva vida hubiera penetrado en su sér, invadiendo su corazón á manera de un torrente y esparciéndose por sus venas.

Con respecto á Ester, sin embargo, como acontecía más ó menos frecuentemente, la sentencia ordenaba que estuviera de pie cierto tiempo en el tablado, sin introducir el cuello en la argolla ó cepo que dejaba expuesta la cabeza á las miradas del público. Sabiendo bien lo que tenía que hacer, subió los escalones de madera, y permaneció á la vista de la multitud que rodeaba el tablado ó cadalso.

¿Qué significa la letra, madre mía? y ¿por qué la llevas ? y ¿por qué se lleva el ministro la mano al corazón? ¿Qué le diré? se preguntó Ester á misma. ¡No! Si este ha de ser el precio del afecto de mi hija, no puedo comprarlo á tal costo. Después habló en voz alta. Tontuela, le dijo, ¿qué preguntas son esas?

Sea ó no un pecado, dijo Ester con amargura y con la mirada fija en el viejo médico, ¡odio á ese hombre! Se reprendió á misma á causa de ese sentimiento, pero ni pudo sobreponerse á él ni disminuir su intensidad.

Llena, pues, de temores, aunque con tan pleno convencimiento de su derecho, que no le parecía desigual la lucha entre el público de una parte y una mujer solitaria de la otra, Ester se puso en marcha saliendo de su cabaña acompañada, como era de esperarse, de Perla.

12 Después de esto Mardoqueo se volvió a la puerta del rey, y Amán se fue corriendo a su casa, enlutado y cubierta su cabeza. 14 Aun estaban ellos hablando con él, cuando los eunucos del rey llegaron apresurados, para hacer venir a Amán al banquete que Ester había dispuesto. 1 Vino, pues, el rey con Amán a beber con la reina Ester.

¿Por qué me miras y te sonríes de ese modo? le preguntó Ester toda inquieta al ver la expresión de sus ojos. ¿Eres acaso como el Hombre Negro que recorre las selvas que nos rodean? ¿Me has inducido á aceptar un pacto que dará por resultado la perdición de mi alma? No la de tu alma, respondió el médico con otra sonrisa. ¡No; no la de tu alma!

Ester no trataba de adquirir más allá de lo necesario para su subsistencia, siendo ésta de la naturaleza más sencilla y ascética que pueda darse en lo que á ella se refería; y para su niña, alimentos muy sencillos si bien con abundancia. Los vestidos que usaba eran hechos de las telas más bastas y del color más sombrío, con un solo adorno, la letra escarlata que estaba condenada á llevar siempre.

La primer cosa que notó en su vida, no fué la sonrisa de la madre respondiendo á lo que, como en otros niños de tierna edad, puede tomarse por una sonrisa, ó mejor dicho, embrión de sonrisa. No: el primer objeto que parece haber llamado la atención de Perla, fué la letra escarlata en el seno de Ester.

Y ahora, Ester, dijo el anciano Rogerio Chillingworth, como había de llamarse en lo sucesivo, te dejo sola: sola con tu hija y con la letra escarlata. ¿Qué es eso, Ester? ¿Te obliga la sentencia á dormir con la letra? ¿No tienes temor de que te asalten pesadillas y sueños horribles?