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Ester vió y reconoció los mismos rostros de aquel grupo de matronas que habían estado esperando su salida en la puerta de la cárcel siete años antes; todas estaban allí, excepto la más joven y la única compasiva entre ellas, cuya veste funeraria hizo después de aquel acontecimiento.

Desde entonces, su espíritu se había ido remontando á mayores alturas; mientras que el anciano médico había ido descendiendo al nivel de Ester, ó quizás muy por debajo de ella, merced á la idea de venganza de que se hallaba poseído.

No te haga guardar silencio una mal entendida piedad y compasión hacia él; porque, créeme, Ester, aunque tuviera que descender de un alto puesto, y colocarse á tu lado, en ese mismo pedestal de vergüenza, sería sin embargo mucho mejor para él que así sucediera, que no ocultar durante toda su vida un corazón culpable. ¿Qué puede hacer tu silencio en pró de ese hombre sino tentarlo, , compelerlo á agregar la hipocresía al pecado?

Bueno fuera, exclamó la más cariavinagrada de aquellas viejas, que despojásemos á Madama Ester de su hermoso traje, y en vez de esa letra roja tan primorosamente bordada, le claváramos una hecha de un pedazo de esta franela que uso para mi reumatismo.

Hasta la pobre criaturita que Ester estrechaba contra su seno parecía afectada por la misma influencia, pues dirigió las miradas hacia el Sr. Dimmesdale y levantó sus tiernos bracillos con un murmullo semi-placentero y semi-quejumbroso.

Para conseguir que desaparecieran de su mente la vaguedad y confusión de sus impresiones, que le hacían experimentar una extraña inquietud, se puso á recordar de una manera precisa y definida los planes y proyectos que él y Ester habían bosquejado para su partida.

Y en esto, la madre pecadora es más feliz que el padre pecador. De consiguiente, en beneficio de Ester Prynne, no menos que en el de la pobre niña, dejémoslas como la Providencia ha considerado conveniente situarlas. Habláis, amigo mío, con extraña vehemencia, le dijo el viejo Rogerio con una sonrisa. Y tiene gran peso lo que mi joven hermano ha dicho, agregó el Reverendo Sr.

La llenaba de perplejidad y de malestar, pues á veces aquella marca roja de infamia en el pecho de su vestido, parecía como si latiera y se agitase cuando Ester pasaba junto á un venerable eclesiástico ó magistrado, modelos de piedad y de justicia, á quienes el mundo contemplaba como si fueran los compañeros de los ángeles. ¿Qué malvado pasa junto á ? Se decía Ester para sus adentros.

Una vez arrojada la insignia fatal, dió Ester un largo y profundo suspiro con el que su espíritu se libró de la vergüenza y angustia que la habían oprimido. ¡Oh exquisito alivio! No había conocido su verdadero peso hasta que se sintió libre de él.

Más le valiera haber muerto de una vez, dijo Ester. , mujer, tienes razón, exclamó el viejo Rogerio haciendo brillar en los ojos todo el fuego infernal de su corazón; más le valiera haber muerto de una vez. Jamás mortal alguno padeció lo que este hombre ha padecido.... Y todo, todo, á la vista de su peor enemigo.