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Ha aumentado su deuda, respondió el médico, y á medida que proseguía, su rostro fué perdiendo la expresión de fiereza, volviéndose más y más sombrío. ¿Te acuerdas, Ester, cómo era yo hace nueve años? Aun entonces me encontraba en el otoño de mis días, y no al principio del otoño.

Yo debería haber sabido que, al dejar la vasta y tenebrosa selva para entrar en esta población de cristianos, el primer objeto con que habían de tropezar mis miradas, serías , Ester, de pie, como una estatua de ignominia, expuesta á los ojos del pueblo.

En aquellos tiempos la distancia que había de la puerta de la cárcel á la plaza del mercado no era grande; sin embargo, midiéndola por lo que experimentaba Ester, debió de parecerle muy larga, porque á pesar de la altivez de su porte, cada paso que daba en medio de aquella muchedumbre hostil era para ella un dolor indecible.

Parecía ahora más lleno de zozobra y más extenuado que cuando lo describimos en la escena de la pública ignominia de Ester; y bien sea por lo quebrantado de su salud, ó por otra causa cualquiera, sus grandes ojos negros revelaban un mundo de dolor en la expresión inquieta y melancólica de sus miradas. Hay mucha verdad en lo que esta mujer dice, comenzó el Sr.

2 Y fue que, cuando vio a la reina Ester que estaba en el patio, ella tuvo gracia en sus ojos; y el rey extendió a Ester la vara de oro que tenía en la mano. Entonces vino Ester, y tocó la punta de la vara. 3 Y le dijo el rey: ¿Qué tienes, reina Ester? ¿Y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino, se te dará.

Ester misma se sentía de un modo vago y misterioso como alejada de su hija; como si ésta, en su paseo solitario por la selva, se hubiera apartado por completo de la esfera en que tanto ella como su madre habitaban juntas, y estuviese ahora tratando de regresar, aunque en vano, al perdido hogar.

Pero Ester no pudo resolver la pregunta, encontrándose ella misma en un laberinto de dudas.

: lo conocí, ¿No me reveló ese secreto la voz íntima de mi corazón desde la primera vez que le , y después cuantas veces le he visto desde entonces? ¿Por qué no lo comprendí? ¡Oh Ester Prynne! ¡qué poco, qué poco conoces todo el horror de esto! ¡Y la vergüenza!... ¡la vergüenza!... ¡la horrible fealdad de exponer un corazón enfermo y culpado á las miradas del hombre que con ello tanto había de regocijarse!... ¡Mujer, mujer, eres responsable de esto!... ¡Yo no puedo perdonarte!

¿Y qué soy ahora? preguntó el anciano, mirándola fijamente al rostro, y dejando que toda la perversidad de su alma se retratase en la fisonomía. ¿Qué soy yo ahora? Ya te he dicho lo que soy: un enemigo implacable: un demonio en forma humana. ¿Quién me ha hecho así? Yo he sido, exclamó Ester estremeciéndose. Yo he sido, tanto ó más que él. ¿Por qué no te has vengado en ?

Ester, como impelida por inevitable destino, y contra toda su voluntad, se acercó también á Dimmesdale, pero se detuvo antes de llegar. En este momento el viejo Rogerio Chillingworth se abrió paso al través de la multitud, ó, tan sombría, maligna é inquieta era su mirada, que acaso surgió de una región infernal para impedir que su víctima realizara su propósito.