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Cuando el viajero hubo mirado largamente el lindo paisaje, que ya se perdía en lontananza, dejose caer, como hombre fatigado, en la esquina, y sus brazos exhaustos pendieron a ambos lados de su cuerpo, mientras se le escapaba del pecho leve suspiro, que más que a pesares sonaba a cansancio.

Escuchando aquellas voces engendradas por el movimiento y la actividad de la vida moderna, pensaba que en el ancho seno de la villa, tras cada balcón, en cada casa, al resplandor de cada luz, al volver de cada esquina, habría quien padeciese torturado por propias y punzantes penas; pero que nadie sufriría un dolor tan hondo y acerbo como el suyo.

Aquí es, y ¡no hay portería! dijo al torcer la esquina de la calle de la Pasión, entrando en seguida en el portal empedrado con cantos, y cuyas paredes estaban llenas de monigotes pintados con carbón por los chicos. ¿Qué ha de haber, señorita? en el patio nos darán razón. Adelantose el aya, siguiola Paz y penetraron ambas en el patio, que era de los que tienen corredores con puertas numeradas.

Eso, felizmente, nadie lo sabía; bueno era protegerle en su desgracia, pero no mostrarse con él. Si no voy a ir por la calle Florida, tiíta Silda, es para darle algo... y no quiero hacerlo delante de usted por no avergonzarle... En la esquina le despacho. Eso es otra cosa. Y levantando la voz, añadió: ¡Que les vaya bien!

Autorizada, sin duda, por tan buenas intenciones, la paralítica disponía de Chinto cual de un yerno. Una vez, cuando empezó a escasear el dinero, rogole «que fuese por seis cuartos de azúcar para la cascarilla a la tienda de la esquina, que ya le pagaría». El mozo salió y volvió con un cucurucho de papel de estraza henchido de azúcar moreno; del pago no se habló más.

De todas las necesidades que hacen andar más de prisa á un hijo de Eva dijo no conozco otra como la mujer. Y siguió á paso lento. Entretanto don Juan había doblado la esquina. Efectivamente, alumbrando, aunque á media luz, á una virgen de los Dolores embutida en su nicho, había un farol.

Suponíales muy tranquilos y de color de cera dentro de aquella caja que llevaba un tío cualquiera al hombro, como se lleva una escopeta. «Aquí es» dijo Guillermina, después de andar un trecho por la calle del Bastero y de doblar una esquina. No tardaron en encontrarse dentro de un patio cuadrilongo.

Si quedaba condenada a hacer el papel de esquina de la Puerta del Sol y, por consiguiente, a sufrir que le pegasen carteles en la cara, que se recostasen contra ella, etc., etc., el profundo Núñez no soltaba la presa en tanto que no pasease las manos por todas las regiones de su cuerpo.

Pero Mauricio, en vez de apretar el paso, como aquel á quien se espera, le acortaba. Dobló la esquina de la calleja y allí se detuvo su tutor. Mauricio avanzó hasta que pudo descubrir el terraplén de la quinta y allí, oculto detrás de una espesura de madreselvas que brotaban en la cerca de un jardín, esperó.

Habían llegado al portal del caserón de los Ozores, y se detuvieron. El farol dorado que pendía del techo alumbraba apenas el ancho zaguán. Estaban casi a obscuras. Hacía algunos minutos que callaban. ¿Y Petra? ¿Y Paco? preguntó la Regenta alarmada. Ahí vienen, ahora dan vuelta a la esquina. Anita sentía seca la boca; para hablar necesitaba humedecer con la lengua los labios.