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El año que espiraba habia sido fecundo en buenos resultados para las armas republicanas, no solo en Venezuela sino tambien en Buenos-Aires, y por la proclamacion de independencia que hizo Chile; pero el año que daba principio habia de ser les infausto.

Eran dos tentaciones que suelen andar aisladas y que se habían unido, dos vicios que formaban alianza ofensiva, la mujer y el cigarro íntimamente enlazados y comunicándose encanto y prestigio para trastornar una cabeza masculina. El día espiraba tranquilamente en aquella alameda, que en hora y estación semejante era casi un desierto.

Espiraba el mes de Marzo de 1810, y segun estaba convenido, el marqués del Toro, coronel del batallon miliciano de los valles de Aragua, debia señalar la entrada del de Abril apoderándose por sorpresa del capitan general, quien noticioso del proyecto, merced á un vil denunciador, dió un golpe de mano á los conspiradores.

Los acontecimientos del Perú mientras el trascurso del año que asi espiraba fueron: la reunion del Congreso constituyente de Bolivia, que con lijeras variantes aceptó el proyecto que le habia enviado Bolívar, acompañado del reconocimiento de aquella república por el Consejo de gobierno del Perú; el nombramiento del general Sucre como Presidente vitalicio del Estado, dignidad que solo admitió por dos años; la declaracion de nulidad en los poderes otorgados por los colegios de algunas provincias á sus representantes, hecha por el Consejo de gobierno peruano en su primer Congreso constitucional; la disolucion de este; la reunion del colegio electoral de la provincia de Lima, en virtud de decreto de la autoridad competente, el 16 de Agosto; la aceptacion que el mismo hizo de la Constitucion boliviana como Código fundamental del Perú, y el nombramiento de Bolívar para Presidente perpetuo de la República, actos sancionados por el Consejo de gobierno, en vista de la unanimidad conque los colegios electorales habian procedido en todos sus acuerdos.

Con estas grandiosas empresas se entretenia el arte musulman en España cuando espiraba el décimo siglo para la cristiandad y con él el entusiasmo artístico en los reyes y pueblos del Occidente. ¿Y qué mucho? La Europa cristiana se hallaba ceñida como por un anillo de hierro y fuego: por el norte los normandos, por mediodia y oriente los mahometanos, la estrechaban con nueva furia.

Un grito se alzó desde la orilla opuesta, mientras que la cabeza de un hombre y de un caballo se mostraban por algunos momentos sobre la batalladora corriente, para ser arrastrados luego fuera del río, por entre descuajados árboles y viscosas masas de lodo. El fuego se había extinguido en el hogar. La vela de la habitación interior espiraba, y en la puerta dieron un fuerte aldabonazo.

Y sin acordarse de estudiar, con la mirada vaga en el espacio estuvo pensando en la suerte de aquellos dos séres, el uno joven, rico, ilustrado, libre, dueño de sus destinos, con un brillante porvenir en lontananza, y ella, hermosa como un ensueño, pura, llena de y de inocencia, mecida entre amores y sonrisas, destinada á una existencia feliz, á ser adorada en familia y respetada en el mundo, y sin embargo, de aquellos dos séres llenos de amor, de ilusiones y esperanzas, por un destino fatal él vagaba por el mundo arrastrado sin cesar por un torbellino de sangre y lágrimas, sembrando el mal en vez de hacer el bien, abatiendo la virtud, y fomentando el vicio, mientras ella se moría en las sombras misteriosas del claustro, donde buscára paz y acaso encontrára sufrimientos, ¡donde entraba pura y sin mancha y espiraba como una ajada flor!...

El feudalismo espiraba, el protestantismo dejaba ociosos á muchos constructores y les hacia ir insensiblemente olvidando las prácticas tradicionales de su profesion; por otra parte el celo religioso ferviente y espansivo de los siglos XIII y XIV habia poblado la tierra de suntuosos y muy duraderos templos, y habian de transcurrir muchas generaciones antes de que fuese necesario construir más.

En la iglesia próxima, al dar de las ánimas el último toque, la madre espiraba, entre los sollozos de mi novia amada. Con un negro sayo cubrieron su cuerpo después con un velo cubrieron su cara: de amigos y deudos se llenó la estancia, y velaron todos a la pobre muerta. ¡Huérfana de mi alma! pensé en un momento de duda y de duelo ¿qué mano piadosa secará tus lágrimas?

Nadie bajó a recogerlo; ningún balcón se abrió siquiera para dejar caer sobre él una moneda de cobre. Los transeúntes, como si viniesen perseguidos de cerca por la pulmonía, no osaban detenerse. Al fin ya no pudo cantar más: la voz espiraba en la garganta; las piernas se le doblaban; iba perdiendo la sensibilidad en las manos.