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El haberle quitado el novio, ¿significaba para ella la simple humillación del orgullo femenino, herida hecha en la vanidad, que escuece pero se cura, o sería tal vez el robo de sus ilusiones y la muerte de sus esperanzas?

Por el camino Agustín me hablaba de sus esperanzas, decía «mi mujer» con un aire de posesión tranquila y segura que me hacía olvidar todas las asperezas de su carrera y me ofrecía la más perfecta expresión de la felicidad.

La vejez se aproxima: ¡que venga pronto! Yo la imploro: su hielo ayudará mi valor. No podría quejarme, además, de una situación que en suma ha engañado mis más penosas aprensiones, y que aun ha ultrapasado mis mejores esperanzas.

Pero contra este acomodamiento estaban todos sus escrúpulos, y la hipótesis del suicidio parecía bien natural si la desdichada había ignorado que la compasión del Príncipe era falsa. Al creerla sincera, ignorando que el Príncipe tenía un nuevo amor, debía haber visto crecer la dificultad de corresponder a las esperanzas de Vérod. Pero ¿ignoraba en realidad el nuevo amor del Príncipe?

No estaban ociosos en tanto los ruegos del amante, ni sus lágrimas escaseaban, ni sus encarecimientos disminuían; pero por más que representó don Lope el peligro de que fuese ella importunada por Muley, suplicada por Gerif y obligada por todos a cosa que aguase las esperanzas de entrambos, con todo, pudieron más en María las imaginaciones de ser mirada con menos valer que debiera por parte del padre de su amante y de su linaje orgulloso.

Doña Beatriz no descubría por completo sus planes y sus esperanzas a don Braulio y a Inesita. Temía asustarlos y que del susto saliesen la contradicción y la oposición.

Mi teoría añadió, está plenamente confirmada, y, como fisiólogo, tengo que declararme satisfecho; pero, como médico, quisiera ante todo curaros, y el estado en que he visto a ese infeliz no me inspira demasiadas esperanzas. ¡Vos le salvaréis, doctor! Por lo pronto, no me pertenece actualmente: se encuentra al servicio de un colega mío que le estudia con cierta curiosidad.

Los dos indios encontraron de allí á algunas leguas á los huídos, y por más que hicieron, sólo les pudieron reducir á que bajasen donde estaban los Padres. Procuraron éstos que volviesen á la Reducción; mas sólo consiguieron por entonces esperanzas de que se volverían acabada la peste.

En cambio, el jugador sentado no importa que amontone algún dinero. La banca siempre tiene esperanzas de recuperarlo. ¡Hagan juego...! Los mirones encuentran floja la partida. Esto está aburridísimo dicen . No hay sangre... Algunos reconvienen a sus amigos. ¿Por qué juega usted a ese paño? Es absurdo...

El Rey partió con sus tropas; pero antes se despidió de la señora Reina con mucho afecto. Esta, dándole un abrazo, le dijo al oído: No se lo digas a nadie para que no se rían si mis esperanzas no se logran, pero me parece que estoy en cinta.