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Cogióles a los más como de improviso esta fatal notificación, habiendo vivido casi todos vanamente esperanzados en la que llamaban piedad del Tribunal: sin querer atender, ni a la conminación que se les había hecho en el año pasado de 1679, ni a la gravedad, y atrocidad del delito, que ya de primera vez pedía de justicia la muerte, a no interceder por ellos la misericordia de la Santa Iglesia. A cuantos el primer delito, aunque tanto menor que éste, los lleva de contado al último suplicio? Y para su desengaño, es cierto que en la ley vieja, el más manso de los hombres de su siglo, Moisés vengó, y castigó el primer desmán de idolatría en el becerro con el último suplicio de muerte violenta, en pasados de veinte mil israelitas: y aún no se dió por desenojado del todo Dios, como consta en el Capítulo 32 del

Adaptándose a la tierna imaginación propia de la edad del niño, hízole considerar la ciencia como trabajo humano que pugna por acercarse a lo divino; el arte como emanación y resplandor de lo bueno; la historia como inmenso campo al través del cual marchan las razas guiadas por Dios a su destino; y la vida como valle de amarguras en que para las más acerbas lágrimas y los más intensos dolores hay consuelo cuando, poniendo el pensamiento en lo alto, quieren ser caritativo el poderoso, agradecido el miserable, sensible el fuerte, humilde el débil, y todos esperanzados en la justicia del Señor.

Necesito un nieto, ¿lo entiendes? Y para consolarse de esta falta de niños en su hogar, se iba al rancho del capataz Celedonio, donde una banda de pequeños mestizos se agrupaban, temerosos y esperanzados, en torno del patrón viejo. De pronto murió la china.

Y él, apoyado en la barrera, sonreía satisfecho de su fuerza, repitiendo a todos: Muchas grasias. Se hará lo que se puea. No sólo los entusiastas mostrábanse esperanzados al verle. Toda la gente fijábase en él, aguardando hondas emociones. Era un torero que prometía «hule», según expresión de los aficionados; y el tal hule era el de las camas de la enfermería.