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Pasaban lujosos equipajes, camino de Palermo; en la calle, demasiado estrecha, no había espacio para todos: al lado de elegante victoria, marchaba enorme carromato, cargado de cajones, o de pipas o de sacos, dando tumbos en los baches del empedrado, con espantoso chirriar de ruedas; se encabritaban los caballos, juraban los cocheros, y había linda cabeza que se asomaba a la portezuela, con inquietud o impaciencia.

¡Viva el duque de la Victoria! gritó un zapatero. ¡Orrrden! ¡Abajo los de arriba! ¡A la calle los de abajo! ¡Orrrrrdeeennn! Y nadie se entiende allí, porque todos gritan y se revuelven y manotean, armándose un tumulto tan espantoso, que me río yo de los que se promueven cada día en el «templo de nuestra Representación nacional».

A ti, que de haberle conocido joven, acaso le hubieses amado también, ¿no te espanta la horrible negación, el vacío espantoso, el abismo de ingratitud, contenidos en esas dos sílabas?... «¡Nadie!» «Sic transit gloria mundi

Así es que se limitó á contestar: , señora; es espantoso. ¡Qué terrible es el amor en sus exigencias! dijo la santa, sobre todo cuando se cree ofendido, cuando pide el pago de una gran deuda que con él se ha contraído, cuando no transige ni espera, sino que se presenta exigiéndolo todo de una vez. ¡: qué terrible es esto! contestó Lázaro. ¡Feliz es usted, que no lo conoce más que de oídas!

Mi ser íntimo está formado de suerte, que nunca en mi sentir, ni en otra vida mejor, como nunca no atine yo a ganarlas en esta, podrá hallar satisfacción, paz y ventura. El desengaño amargo, el conocimiento de mi impotencia, el recuerdo ponzoñoso de mis derrotas, subirán conmigo a la gloria, aunque yo suba a la gloria, y me la trocarán en espantoso infierno.

Vi uno negro, espantoso, que, mirándonos con horrible fijeza, bajó la cabeza con intención hostil y dio algunos pasos... El terror me arrebató de tal modo, que sin saber lo que hacía cogí la fusta y pegué un feroz latigazo a los caballos. El coche partió como un rayo, rompió la línea de curiosos y se lanzó por el campo, en medio del vocerío de la gente.

La muchedumbre hormigueaba delante del sucio y repugnante edificio en espera de algo; ¡un algo bien espantoso por cierto! Yo fui a engrosar aquel gran montón, como una gota de agua que cae en el mar. Allí los rostros ya expresaban algo: la impaciencia.

Silbidos, denuestos, un estrépito espantoso y alguna que otra bofetada, fueron el resultado inmediato de esta arenga, y el término de aquella reunión.

Me miras con demasiada tenacidad, sobrina, ¿me encuentras tal vez buen mozo? De ningún modo. Mi tío hizo una ligera mueca. Eso es franqueza, o yo no entiendo jota. ¿Y por qué estás tan pálida? Porque me muero de miedo, tío. Miedo, y ¿de qué? Marchamos tan rápidamente. ¡Es espantoso! Comprendo; es la primera vez que viajas. Tranquilízate, no hay ningún peligro. Y mi prima, tío, ¿está en el Pavol?

Hubo un largo silencio; luego, de improviso, la anciana, poniéndose en pie completamente, con los brazos en alto, los cabellos erizados y la boca muy abierta, aulló de un modo terrible: ¡Valor! ¡, matad, matad!; ¡ah!, ¡ah! Y cayó pesadamente al suelo. Aquel espantoso grito despertó a toda la gente; los mismos muertos se hubieran despertado si lo oyeran. Los sitiados dijérase que renacían.