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No obedece con tanta sumisión al Polo Norte la aguja imantada, como Romagné a M. L'Ambert. Esta heroica mansedumbre enterneció el corazón del notario, que, a decir verdad, nada tenía de blando. Sintió por espacio de tres días una especie de gratitud por los buenos cuidados que le prodigaba su víctima; mas no tardó en cobrarle antipatía y hasta horror.

¿Cuál sería la sorpresa del encaramado Román al ver que de cada parche sacó Ovillitos una onza de oro y que luego las enterró al pie del árbol, después de haber permanecido gran espacio de tiempo contemplándolas amorosamente?

La luz de los reverberos incrustados en el techo de las dos calles iluminaba de alto a abajo a los paseantes, sin que sus cuerpos proyectasen sombra en el suelo. Caminaban apresuradamente, con una movilidad de bestias enjauladas, lo mismo que se camina en los colegios, los conventos y los presidios, buscando suplir con la rapidez de la locomoción lo limitado del espacio.

Los rubios o negros cabellos en grato desorden, se desparramaban por el espacio o bien caían en adorables bucles por la espalda; los ojos brillaban como luceros en aquellos rostros celestiales; los labios rojos y húmedos se entreabrían para dejar ver el aljófar inmaculado de sus dientes. Y basta, porque no concluiríamos nunca.

Las columnas sostenían un frontón adornado con un escudo de armas gigantesco. La balaustrada se coronaba con enormes pináculos rematados por esferas. Detrás escalaba el espacio la cúpula del templo, de un gris de globo hinchado, rematada igualmente por pináculos y bolas, lo que la daba cierto aspecto de pagoda chinesca.

El espacio que existe entre cada columna ha sido cubierto con fuertes rejas de hierro, de modo que este monumento representa bastante bien una vasta jaula circular.

Todo el "folk lore", es decir, todo el material intelectual y moral circulante, versaba sobre basiliscos, salamandras, salamancas, aquelarres, hechiceros y doncellas encantadas, sobre el mandinga, la pericana, las brujas, los duendes, los fantasmas, que pueblan de visiones el espacio para los crédulos, y les hacen angustiosa la simple ausencia de la luz en la oscuridad de la noche.

Nada más que por el hecho de presentar siempre la Luna la misma cara á la Tierra, que es el centro de su movimiento, resulta claro que, dado un punto del espacio celeste más ó menos distante de la órbita lunar, nuestro satélite debe por el contrario presentar, en el mismo intervalo, todas sus caras á un observador colocado en dicho punto.

Los he visto permanecer así durante horas enteras; el olor nauseabundo de su aliento atrae a los mosquitos que se aglomeran por millones sobre la lengua; cuando una fournée está completa, el caimán cierra las fauces con rapidez, absorbe los inocentes visitantes, y de nuevo presenta al espacio el temible e inmundo ángulo.

Y fundidos en uno nuestros séres, sin idea del tiempo ni el espacio, sin que tanto placer y dicha tanta pagára ningun hombre con su llanto, secreto como el génesis del mundo, grande, amada mujer, como el espacio, creamos un momento de ventura de nuestra vida en el trascurso amargo. Momento que era un mundo... ¡cuán distinto del mundo miserable que habitamos!