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Pues suponga usted, por último, que se entera del suceso don Alejandro. ¿No es natural que este buen señor se meta en las mismas suposiciones en que yo acabo de meterme? ¿No es natural que, metido en ellas, se horrorice también? Y ¿no es natural igualmente que me tiemblen a las carnes, por miedo a esos justificadísimos horrores del señor de Bermúdez?

La señora de Aymaret interrogó a Pierrepont con una mirada. Creo respondió el marqués , que la señorita Beatriz no tiene durante el día más que, una hora libre... es aquella en que mi tía duerme la siesta después del almuerzo. Perfectamente; entonces ésos son nuestros momentos.

Lo único que allí llama la atencion en lo económico es la famosa fábrica de armas, situada á la márgen derecha del Tajo, al poniente del istmo que he descrito. Me fué imposible visitarla, porque estaba cerrada en esos dias con motivo de la Semana Santa, que los pueblos españoles y sus análogos celebran con la ociosidad.

Una inmensa roca ó pequeña montaña en forma de península se levanta de un modo abrupto y severo sobre la márgen derecha del Tajo, cuyo angosto valle queda interrumpido al pié de la ciudad, al sur. Altas colinas graníticas se alzan en un cordon semicircular del oriente al sur, rodeando por esos lados á Toledo.

En los combates de San Juan quedaron las calles sembradas de esos doctores cordobeses, a quienes barrían los cañones que intentaban arrebatar al enemigo.

Esos hombres continué yo, aparentando no enterarme de su réplica por el gusto de enredarle en otras nuevas acabarían por hastiarse de sus cuadros y de sus libros y por tomarlos en aborrecimiento si no llevaran a menudo su atención a otras ocupaciones y a otros lugares muy distintos... ¡Pero esta monotonía de aquí!...

El público, que al penetrar en un teatro adquiere con el billete de su localidad el derecho á que le diviertan, desconoce todos esos obstáculos que amargan los éxitos, fáciles al parecer, del comediante. Estos, por su parte, también los ignoran.

Madrid, que lo ignora todo respecto a provincias, no come vieiras, y es una lástima. Asadas en su concha, con un diente de ajo y un poco de pimentón, las vieiras son bastante más sabrosas que esos cangrejos de celuloide con que los madrileños pretenden consolarse de su falta de mar.

En Francia, como en España ¡cuántas «fuentes del diablo» y «bocas de infierno» existen, no frecuentadas por los campesinos supersticiosos, y teniendo únicamente de infernal, sin embargo, esas fuentes temidas y esos antros subterráneos, la majestad salvaje del lugar ó la azul profundidad de sus aguas!

«Esto no es vivir continuó Doña Francisca agitando los brazos . Dios me perdone; pero aborrezco el mar, aunque dicen que es una de sus mejores obras. ¡No para qué sirve la Santa Inquisición si no convierte en cenizas esos endiablados barcos de guerra!