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También con una diferencia, Melchor. ¿Cuál? Que esos tipos dan, si acaso, un buen consejo cada cien años, mientras que en un buen texto de moral encuentras cien preceptos por página. La razón está en que esos tratadistas son acopiadores de máximas que reeditan modernizándolas, mientras que nadie se ocupa en coleccionar las que a millares circulan entre nuestra gente de pueblo. ¡A millares!...

Bueno, lo que quieras; lo cierto es que nunca he pasado del vestíbulo, y hoy me dije: Aprovecharemos la ocasión y entraré a ver esos lujos tan mentados; de seguro que Nanita no me echará, de miedo que la ensucie sus bruselas.

Verdad es que Petrona, con esos humos aristocráticos que tiene, la ha perjudicado más que nadie. Todo le parecía poco. Y ella misma, la misma Pepa, creía que por ser hermana de un ministro, iba a calzar con un Anchorena, como dice Del Campo en el «Fausto». Ilusiones... Pues bueno: como te digo, los jóvenes no la atendían, no la sacaban a bailar.

No es a los argentinos a quienes hay que recordar los inconvenientes y los peligros de esa coexistencia; ellos saben que basta en esos casos la mala digestión de un gobernador para traer conflictos que pueden poner en cuestión todo lo que hay de más grave, la existencia nacional misma.

Veinte años bregó con la fortuna su primo Antón, y, por no morirse de hambre, anda hoy de triste marinero ganando un pedazo de pan por esos mares de Dios.

Y sean de su voz fieles testigos Dichos que represente, y de sus plantas Bayles, que no echará por esos trigos: Antes promete admiraciones tantas, Y con primor tan raro y exquisito, Que venza á quantas hay representantas, Porque su pie se arroja tan perito, Que turba la atención del que curioso La está mirando entonces de hito en hito.

Y en este tono todo lo demás inherente a la vida doméstica y social de esta respetabilísima familia. Amigo lector, me cargan las digresiones; pero hay casos en que no puede prescindirse de ellas, y éste es uno de esos casos.

Ellos no tienen culpa alguna decía el viejo , pero yo no puedo quererlos. Además, ¡tan semejantes á su padre, tan blancos, con el pelo de zanahoria deshilachada, y los dos mayores llevando anteojos lo mismo que si fuesen escribanos!... No parecen gentes con esos vidrios: parecen tiburones.

Esos se aburren, pero no padecen como nosotras, que vivimos en continuo martirio, destinadas á servir de juguete á los hombres chicos. No podré pintar á usted, señor de Bismarck, lo que se sufre cuando uno nos tira del brazo derecho, otro del izquierdo; cuando éste nos rompe la cabeza y aquél nos descuartiza, ó nos pone de remojo, ó nos abre en canal para ver lo que tenemos dentro del cuerpo.

Uno de esos grandes artistas, de esos creadores, de esos personajes de la historia; uno de esos grandes obreros del gran taller, del taller cristiano, es el modesto, el retirado, el humilde, el glorioso Horacio Vernet.