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No; eso es el altar de una Vénus, el festin de unas bodas, una romería, un teatro. Ahí todo se toca, todo se ve, todo se concibe, todo se adivina.

Y a la salida del túnel, el enamorado esposo, después de estrujarla con un abrazo algo teatral y de haber mezclado el restallido de sus besos al mugir de la máquina humeante, gritaba: «¿Qué puedo yo ocultar a esta mona golosa?... Te como; mira que te como. ¡Curiosona, fisgona, feúcha! ¿ quieres saber? Pues te lo voy a contar, para que me quieras más». ¿Más? ¡Qué gracia! Eso que es difícil.

Quien tiene ideas como las que usted tiene, ¡caramba!, y sabe sentir y pensar con esa alteza de miras... eso es, con esa espiritualidad de la... pues... de... claro... ¿Y cree usted que ella me podría dar explicaciones claras, pero muy claras, de todo lo que ha hecho después que se separó de ?

El placer de los viajes es un don divino: requiere en sus adeptos un conjunto de condiciones que no se encuentran en cada boca-calle, y de ahí que el criterio común o la platitud burguesa no alcanzan a comprender que pueda haber en los viajes y en las emigraciones goce alguno; sólo ven en la traslación de un punto a otro la interrupción de la vida diaria y rutinera, las incomodidades materiales; tienen que encontrarse con cosas desconocidas y eso los irrita, los incomoda, porque tienen el intelecto perezoso y acostumbrado ya a su trabajo mecánico y conocido.

No cómo te puede gustar eso. ¿No te mareas?». Mauricia se reía; y cerrando fuertemente un ojo porque el humo se le había metido en él, miró a la monja con el otro, y alargándole el cigarro, le dijo: «Pruebe, señora». ¡Cosa inaudita!

Eso del amor desinteresado es una invención de las pobres gentes, que se consuelan con embustes. La moneda brilla en el fondo de todo amor. Al principio no se piensa en tal cosa: el deseo nos ciega; sólo vemos lo inmediato, la dominación de la persona dulcemente adversaria. Pero en todo amor que se prolonga, se acaba por dar dinero ó por tomarlo.

A lo que respondió don Quijote: -Caballero soy, y de la profesión que decís; y, aunque en mi alma tienen su propio asiento las tristezas, las desgracias y las desventuras, no por eso se ha ahuyentado della la compasión que tengo de las ajenas desdichas.

Preguntóme luego con no ménos amor, si sabia porque estaba allí. Respondí al varon santo, que sin duda por mis pecados. Eso es, hijo mió: ¿pero por qué pecados? habladme sin rezelo. Por mas que me mataba, no atinaba, hasta que la caridad del piadoso inquisidor me dió alguna luz.

Gracias á tu fuga de aquella noche podemos ser amigos, amigos eternos, hermanos si quieres; pero ¿por qué me hablas de amor?... Eso no es de nuestra edad. Ya pasó. ¿Qué ves en ahora que no tuviese de joven? Veo tu desgracia. La voz del príncipe sonó grave y profundamente sincera al decir esto.

No te has vengado, por instinto de conservación, por miedo al presidio y a todos los castigos inventados por la sociedad; has tenido miedo, a pesar de tu indignación, y ese miedo lo truecas en crueldad para el ser más débil. Tu cólera sólo cae sobre la hija.... Vamos, Esteban; eso no es digno de un padre. El Vara de palo movía obstinadamente la cabeza. No me convencerás; no quiero oírte.