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Todo á los ojos del viajero es salvaje y solemne. Allí se camina por el fondo de gargantas profundas, ó por encima de faldas muy arrugadas, que se van eslabonando en tortuosos giros, conduciendo al viandante de sorpresa en sorpresa.

Además, el aire que agita las hojas actuales, ha sido movido por otro, y este por otro; y estos movimientos, sujetos todos á las leyes de la naturaleza, fijas y constantes, se van eslabonando entre , hasta el primer movimiento, con tanta necesidad, como las del engranaje de una serie de ruedas.

Una semana ha necesitado Simón..., mejor dicho, he necesitado yo, para que él me ponga al corriente de todas esas cosas en que estoy obligada a entender desde que falta tu padre. ¡Qué despilfarros, hija mía, y qué barullos!... Lo que Simón dice: «aquí no se ha tratado más que de pedirle dinero; grandes sumas, cada vez más grandes, sin pararse a considerar que no siempre lo hay disponible, y que cuando no lo hay así, el adquirido de prisa cuesta muy caro; y de este modo se van eslabonando unas trampas con otras... hasta que se llega al punto a que se ha llegado en esta casa». No vayas a creerte, hija mía, por esto que te digo, que estemos a pique de salir a pedir el pan que hemos de comer mañana; pero lo cierto es que el estado de nuestra fortuna es, relativamente, muy grave; que llegará a serlo mucho más si no se le pone luego el remedio que necesita, y que hay que decidirse a ponérsele, sin la menor tardanza.

Esta tal Casildea, pues, que voy contando, pagó mis buenos pensamientos y comedidos deseos con hacerme ocupar, como su madrina a Hércules, en muchos y diversos peligros, prometiéndome al fin de cada uno que en el fin del otro llegaría el de mi esperanza; pero así se han ido eslabonando mis trabajos, que no tienen cuento, ni yo cuál ha de ser el último que principio al cumplimiento de mis buenos deseos.

Además, a una mujer agobiada, como ella, por las tristezas, le era sumamente fácil ir eslabonando, en la larga cadena de sus preocupaciones, esbozados sentimientos de todas castas; apuntar insinuaciones, conmover hasta con el acento y la actitud... Pero ¿no resultaría esto ridículamente sentimental, impropio de una mujer de su carácter y de sus precedentes, y no produciría, por tanto, el efecto contrario al que se buscaba? ¡Tendría que ver un resultado así! ¡Cabalmente era Pepe Guzmán el hombre cortado para tomar en serio esas farsas de los galanteos románticos del año treinta y siete!