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No se apure, no pierda la cabeza, es inútil... ¡Escúcheme! va á venir la noche y no hay tiempo que perder... necesito decirle mi secreto, necesito confiarle mi última voluntad... necesito que usted vea mi vida... En el momento supremo quiero aligerarme de un peso, quiero esplicarme una duda... Usted que tanto cree en Dios... ¡quiero que me diga si hay un Dios!

»¡Escúcheme dijo a mi esposo; escúcheme en nombre de la salvación de su alma! »E inclinando su cabeza al oído del Conde, le dijo algunas palabras que no pudimos entender. »Durante este tiempo el magistrado se acercó lentamente, aunque guardando una respetuosa distancia.

Yo estaba fuera de : tomé sus dos manos en un transporte de violencia que la dominó: ¡Margarita, pobre hija mía!... ¡escúcheme! ¡La amo, es cierto, y jamás amor más ferviente, más desinteresado, ni más santo, ardió en el corazón de un hombre! Pero usted también me ama... ¡Me ama, desgraciada! y sin embargo, me mata... Habla de corazón triturado y destrozado... ¡Ah! ¿y qué hace usted con el mío?

¡Cómo! ¿qué quiere decir eso? preguntó la baronesa roja de cólera. Escúcheme usted, tía. Y Pedro le contó sin omitir punto ni coma la conversación que cierta mañana sorprendiera desde las ventanas de Fabrice, entre la señorita de La Treillade y su institutriz. Si antes no le había contado esto añadió , ha sido porque me costaba trabajo causar a usted semejante desilusión.

Se arrojó sobre nosotros, y repentinamente vi brillar dos espadas. Carlos hizo caer la de su adversario, y bajando la punta de la suya, dijo: »Escúcheme usted, escúcheme: su esposa es inocente, lo juro delante de Dios. »¡Y bien! ¡pronto vas a justificarte delante de él! dijo el Conde, que acababa de recoger su arma y comenzaba de nuevo el combate con una rabia que había de serle fatal.

A veces me imagino en el caso de no verla nunca más, y siento que continuaría queriéndola lo mismo, siempre. Aunque... si a usted la pierdo, Adrianita, viviré sin vivir. Ya lo , ya lo , pero escúcheme, tal vez pueda expresarme... Si ahora soy buena, lo debo a usted; seguramente es la mía una bondad transitoria, que sin usted moriría.

No quiero que él la vea. Escúcheme atentamente, señora. Estoy aún muy débil, pero encontraré las fuerzas de las leonas para defender mi felicidad. No es que yo dude de él: es bueno, me quiere como a una hermana y no tardará en quererme como a esposa. Pero no quiero que su corazón se desgarre entre lo pasado y lo porvenir. Sería odioso obligarle a elegir entre nosotras.

Escúcheme, repitió ella con modo afectuoso, casi tierno, yo no merezco su cariño... Yo, Muñoz... Ah, esta será la escenita romántica, interrumpió él con una sonrisa de sarcasmo. Yo no puedo querer, ahí está toda la complicación, todo lo indescifrable. No busque otra causa. No es verdad que yo quiera a otro... ¡No es verdad que quiere a Julio! No, no, continuó ella cada vez más agitada.

Pensó que acaso Lea escuchaba también acechando con ansia su partida, y como si hablase á una sombra dijo en voz muy baja: Jenny, que está usted ahí. ¡Loca! Ábrame usted. Va en ello su salvación... Los momentos son preciosos... La engañan á usted... Escúcheme...

Si la perdiese, si se apartase de mi lado, me costaría la vida... Escúcheme usted bien... Estoy dispuesto a todo. A quien quisiera robarme mi dinero le recibiría a tiros; figúrese usted lo que haré con quien intente separarme de mi hija.