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-Esa costumbre, señor escudero -respondió Sancho-, allá puede correr y pasar con los rufianes y peleantes que dice, pero con los escuderos de los caballeros andantes, ni por pienso. A lo menos, yo no he oído decir a mi amo semejante costumbre, y sabe de memoria todas las ordenanzas de la andante caballería.

-Si vuestra merced se enoja -respondió Sancho-, yo callaré, y dejaré de decir lo que soy obligado como buen escudero, y como debe un buen criado decir a su señor. -Di lo que quisieres -replicó don Quijote-, como tus palabras no se encaminen a ponerme miedo; que si le tienes, haces como quien eres, y si yo no le tengo, hago como quien soy.

De esta manera estuve con mi tercero y pobre amo, que fue este escudero, algunos días, y en todos deseando saber la intención de su venida y estada en esta tierra. Porque, desde el primer día que con él asenté, le conoscí ser extranjero, por el poco conoscimiento y trato que con los naturales della tenía.

Don Ramón Escudero estaba ya en el comedor sentado en una butaca y echando frecuentes ojeadas al reloj, que no se daba tanta prisa a caminar como él quisiera. Era un hombre grueso con el pelo blanco, las mejillas rasuradas, la fisonomía plácida.

"Vos os habéis dicho en puridad: 'Más valen coces de monje que halagos de escudero'; mas pronto vos veré como la pimienta negra, rugada, tostada y en pos molida. Si os ofendéis de mis razones, sabed que a quien me hace mal con la boca, le muerdo con la cola; y que habló la boca por do pagó la coca.

Yo le manifesté que deseaba me llevase como escudero; mas él dijo que no tenía con qué pagar mis servicios, porque su bolsa no estaba en disposición de atender a gastos de servidumbre, y que harto se congratularía de llevarme como compañero y amigo.

El escudero ayudaba, y Ramiro, aunque sacudido hasta los tuétanos, se complacía en aquellas detonaciones espantosas que amenazaban derrumbar el campanario y lanzarle a él mismo a los aires, como una paja, en el sonoroso turbión. Aldonza, en el entusiasmo de su faena, mostraba todas las calzas hasta la carne. Era una hembra casi hermosa.

Al fin, presa de la mayor congoja, llegó a Madrid. Cuando puso el pie en el andén y vio a Tristán acompañado de Escudero y de Barragán le dio un salto terrible el corazón. Se dirigió corriendo hacia ellos. ¿Qué pasa? ¿Elena está enferma...? ¿Clara? Las dos están buenas respondió Tristán gravemente . Vamos a tomar el coche y allí te hablaremos del asunto que me ha obligado a telegrafiarte.

¿Quién puede estar aquí, o quién se ha de quejar -respondieron-, sino el asendereado de Sancho Panza, gobernador, por sus pecados y por su mala andanza, de la ínsula Barataria, escudero que fue del famoso caballero don Quijote de la Mancha?

El barón y Roger, profundamente conmovidos, siguieron con la vista, inclinados sobre las rocas, el peligroso descenso del joven escudero. Llegado había éste á corta distancia y trataba de apoyar el pie en una hendidura de la roca, cuando recibió la primera descarga de los honderos enemigos. Una de las piedras le alcanzó de lleno en la sien y extendiendo los brazos cayó desplomado al abismo.