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Venía adelante don Quijote de la Mancha, seguido de su escudero Sancho Panza; luego el bachiller Sansón Carrasco, el cura, el barbero, Dulcinea del Toboso, Teresa Panza, Camacho, la dueña Rodríguez, los duques... Y también Persiles y Segismunda, Rinconete y Cortadillo, la Gitanilla... En fin, toda la caterva de los personajes que aparecían en sus obras...

La hija de Escudero, persuadida al cabo de que al marquesito del Lago se le paseaba el alma por el cuerpo y que no era más que un hermoso pedazo de carne, enderezó sus tiros al primogénito de los duques del Real-Saludo, Gonzalito. Este no era un pedazo de carne, sino más bien de hueso.

Luego, exclamando: «Vamos presto, que nos esperan», salió de la cuadra. Llegaron a la mansión de don Alonso sin encontrar a nadie. Estaba toda cerrada como casa desierta; pero al pasar junto a la panera toparon con seis hombres armados de chuzos y horquillas. El escudero repartió las órdenes.

-Nunca fui desdeñado de mi señora -respondió don Quijote. -No, por cierto -dijo Sancho, que allí junto estaba-, porque es mi señora como una borrega mansa: es más blanda que una manteca. ¿Es vuestro escudero éste? -preguntó el del Bosque. - es -respondió don Quijote.

Araceli, la niña espiritual y aristocrática de los señores de Escudero, tocaba a la meta de sus ambiciones heráldicas. Iba a ser duquesa. Poco después de la catástrofe sobrevenida a don Germán y de su viaje misterioso, se le ocurrió al duque del Real Saludo el morirse de una apoplejía fulminante.

Y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era que él se vestiría en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejársele de otorgar, como valeroso caballero andante.

Y, en medio destas dos cosas, le puse más de trecientas almas, y vidas, y ojos míos. Capítulo XXXI. De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos -Todo eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, ¿y qué hacía aquella reina de la hermosura?

Y, sacando la espada para poner en efecto el aviso y consejo de Sancho, llegó el escudero del de los Espejos, ya sin las narices que tan feo le habían hecho, y a grandes voces dijo: -Mire vuesa merced lo que hace, señor don Quijote, que ese que tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.

Pues bien; esta noche una dama muy principal, á lo que parece, ha estado casa de mi comadre la señora María; la que tan honradamente vive con el escudero su marido el señor Melchor, que tan hermosa era hace veinte años, que sigue aumentando sus doblones, empeñando y prestando con una usura que da gozo: ya sabéis que cuando la señora María necesita para sus negocios un dinero, viene á , como yo vengo á vos.

¡Brava ocasión para chanzas! dijo el señor de Morel, con mirada tal que hizo temblar al escudero. Además, no se dirá que un servidor mío ha hecho burla de un noble en mi presencia sin el debido correctivo. Después de todo, continuó reprimiendo con trabajo una sonrisa, demasiado que ha sido esa una chanza de muchacho, sin intención aviesa.