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Un cantor de la Catedral leyó en seguida la carta de los delitos y supersticiones contra la fe; y acto continuo los que habían abjurado de sus errores fueron conducidos a la jaula de madera, que se levantaba en medio de la plaza, para que escuchasen, uno a uno, en presencia del pueblo, la lectura de sus causas y condenaciones, antes de ser reconciliados.

Aresti pensaba en la gente mísera y doliente de las minas. ¡Ay, si aquellos hombres que engañaban su estómago con agua sucia, no teniendo bastantes alubias para llenarlo, escuchasen al poderoso Sánchez Morueta lamentarse en medio de la opulencia de su vida! Entonces, dijo el doctor eres infeliz porque nada te falta, porque posees todo lo que los hombres creen que les puede hacer dichosos.

¡Cuántos hombres de Estado aceptarían resueltamente las doctrinas liberales, si escuchasen las conversaciones de la muchedumbre ignorante pero certera en sus instintos! Ella ve que el gobierno es todo, lo abarca todo y lo hace todo ó lo prohibe.

Ruje de los arcabuces la detonación siniestra y ante sus fuegos los indios de vacilación dan muestra; más, prestos, cual si escuchasen amenazadora arenga, con nuevo aliento sacuden la momentánea tibieza, y los que detrás combaten cierran sin temor las brechas en que rompe el plomo hirviente las avanzadas hileras, y no cede de los indios la pertinaz resistencia, y van pasando las horas, y aquella humana barrera si cien veces viene al suelo otras cien se alza más recia.

Uno de los testigos, comerciante alemán, sentíase influenciado de pronto por la opinión de los más, y apelaba al buen sentido de aquel señor que hablaba en público con tanto éxito. «Señor Maltrana: ¿no era absurdo que dos hombres de bien como ellos se prestasen a esta niñada peligrosa?... ¿No estaban a tiempo para que los adversarios escuchasen una buena palabra?...» A él le obedecería su compatriota, representante de una casa honorable, que no podía comprometer su prestigio y sus muestrarios en locuras impropias de la seriedad comercial.

Las ovejas, acometidas súbito de agitación insana, se pusieron a saltar y encabritarse cual si escuchasen los sones de un caramillo encantado. Ni las pedradas ni los halagos lograron retener a una gran parte de ellas.

En esto, y en suspirar y en llamar a los faunos y silvanos de aquellos bosques, a las ninfas de los ríos, a la dolorosa y húmida Eco, que le respondiese, consolasen y escuchasen, se entretenía, y en buscar algunas yerbas con que sustentarse en tanto que Sancho volvía; que, si como tardó tres días, tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado que no le conociera la madre que lo parió.

Este hombre logró que le escuchasen con más rapidez que el ingeniero. Los asaltantes bajaron poco á poco de la casa para oírle de más cerca. ¿Qué hacen ahí? gritaba . ¡Se ha ido!... Yo la he visto en un coche con el señor Moreno, el del gobierno. Van á la estación á tomar el tren de Buenos Aires. Inmediatamente se ofrecieron varios jinetes de buena voluntad para alcanzarla en su fuga.

El guitarrista y la cantaora que habían traído consigo no daban paz á los cantos de la tierra, malagueñas, seguidillas, polos, soleares, aunque sólo tres ó cuatro más filarmónicos los escuchasen en silencio. Pepe de Chiclana tuvo una idea feliz. ¡Que bailen los novios! gritó. Este grito halló eco en seguida entre los invitados. Eso está bien dicho. ¡Que bailen!