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No había ido por la tarde al paseo del Prado; incomodábala mucho aquel eterno dar vueltas de los días de Carnaval, expuesta siempre a oír las desvergüenzas que escupen la envidia y la insolencia tras el anónimo de una careta... ¡Cuántas había escuchado ella antes de salir escarmentada!

Las conversaciones con este señor, que comía muchas veces en casa de su sobrino, escuchado y admirado por toda la familia cual un héroe triunfante, fueron para Ojeda como otros tantos latigazos aplicados a su voluntad dormida.

El centinela de la torre del mar de Mármara había escuchado sobre el agua un golpe siniestro. A la mañana, al otro lado del Bósforo, apareció en la orilla opuesta el cadáver de un eunuco estrangulado.

Mercado, cansado de la vida que llevaba en la aldea, y ya alterado con las relaciones arriscadas que había escuchado del antiguo soldado, se resolvió a dejar a España y a probar fortuna.

Tu espíritu continuó Melchor atentamente escuchado por Baldomero está ante la idea de Dios, por ejemplo, en estado sólido; el de Lorenzo en estado líquido, o de equilibrio indiferente, y de ahí pasará al estado gaseoso, que le permitirá elevarse... elevarse cada vez más y sentir energías, ante las cuales toda presión resultará estéril para volverlo a sus estados anteriores.

Este peso, no obstante ser él un hombre de etéreos atributos cuya voz hubieran escuchado tal vez los mismos ángeles, le mantenía al nivel de los más humildes; pero al mismo tiempo le ponía en más íntima relación con la humanidad pecadora, de modo que su corazón vibraba al unísono del de ésta, comprendiendo sus dolores, y haciendo compartir los suyos propios á millares de corazones, por medio de su elocuencia melancólica y persuasiva, aunque á veces terrible.

Febrer, que había escuchado la conversación, miró al verro que se mantenía aparte, como si su grandeza no le permitiera descender a los míseros regateos de este arreglo.

Atraídos uno hacia otro, se sentaban en los escabeles de hierro, olvidándose la mujer del galanteo escuchado la víspera, y el hombre del libro que le acompañaba. La reseña de un baile o la noticia de otro, el proyectado enlace de una amiga, un cuento de la villa, lo que dijo una visita, un pensamiento de caridad, servían de motivo a las conversaciones.

Y con el gesto completó su protesta. Después, al ver que el príncipe había quedado pensativo, añadió: ¡Cómo se conoce que estás harto!... Has conseguido en tu vida cuanto deseaste, y ahora quieres imponernos... El príncipe, como si no le hubiese escuchado durante su ensimismamiento, le interrumpió: Ya que no puedes vivir sin eso... ¡sea! No tengo empeño en martirizarte.

General gusto causó el cuento del cabrero a todos los que escuchado le habían; especialmente le recibió el canónigo, que con estraña curiosidad notó la manera con que le había contado, tan lejos de parecer rústico cabrero cuan cerca de mostrarse discreto cortesano; y así, dijo que había dicho muy bien el cura en decir que los montes criaban letrados.