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Una emoción violenta corrió por la sala. Hubo un rumor prolongado. Todas las miradas, fijas hasta entonces en la querellante, se dirigieron hacia el acusado. El P. Gil había escuchado aquella infame declaración, primero con sorpresa, después con una triste compasión, que los circunstantes, impresionados por las palabras de la joven, no supieron leer en sus ojos.

¡Abominaciones! interrumpí escandalizada; ¿qué señor cura, os parece abominable que Francisco I fuese generoso y amase a las mujeres? ¿Que vos no las amáis? ¿Que dice? rugió mi tía, que habiéndome escuchado atentamente desde hacía unos instantes, sacó de mi pregunta los pronósticos más desastrosos. ¡Desfachatada! sin...

Don Braulio, a pesar de que había reído las gracias del Conde y estaba contento de que le hubiese escuchado discretear, se escamaba de tanto obsequio y sentía no poco sobresalto de ver cómo se iba metiendo en los trotes del gran mundo; pero no supo resistirse. La Condesa le iba a llevar hasta la casa de ella en su coche.

En el verano puede pasar este país; ¡pero en el invierno! Don Rosendo, Alvaro Peña y don Rufo, inundados de felicidad y gratitud, se ruborizaban, rechazaban aquellos elogios, como si fuesen dirigidos a ellos. El Duque siguió hablando como si no hubiese escuchado siquiera sus exclamaciones. Es más abrupto que el de las Provincias, los tonos más pronunciados.

Al día siguiente, mucho antes de la hora habitual, Jacques se hallaba en el sitio de la cita, ocupando el banco que había escuchado la conversación de la víspera.

Cuando desembocamos a cien pies del suelo, un verdadero huracán nos azotó el rostro y de todo el horizonte se alzó no qué murmullo irritado del cual nada puede dar idea cuando no se ha escuchado el mar desde muy alto. El cielo estaba nublado.

Robledo, que le había escuchado sin dar muestras de impaciencia, dijo con voz grave: Yo tengo una solución mejor que la tuya, pues te permitirá vivir... Vente conmigo. Y lentamente, con una frialdad metódica, como si estuviera exponiendo un negocio ó un proyecto de ingeniería, le explicó su plan.

Y la de Vargas: ¡Siempre la misma! no cómo he podido yo figurarme que iba a recibirme de otra manera... ¡si no tiene corazón! ¿Por qué no habré escuchado a Pablo? me he humillado inútilmente... tres puntos en la lengua me daré, antes de pedirle nada; además... ¡están arruinados! era cierta la quiebra. Quisiera estar a cien leguas, no haber venido. ¡Ah, Quilito, Quilito!

Hasta podría jurar que había escuchado algo semejante á suspiros de dolor, á un jadeo de desesperación. Y su instinto le avisaba que aquel ser misterioso que había vivido unos momentos cerca de ella, al otro lado del muro de tablas, no era otro que su esposo.

Soñó que había asesinado á Doña Blanca, y soñó que había asesinado á su hija. Ambas le perdonaban con dulzura, después de muertas; pero este perdón tan dulce le hacía más daño que las punzantes palabras que aquel día había escuchado de boca de su antigua querida.