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Advirtió también, con cierto gusto mezclado de zozobra, que Lucía, su sobrina, había escuchado con ademán y gesto propios de quien entiende la poesía, y con cierta afición, que no atinaba él á deslindar si era meramente literaria, ó reconocía otra causa más personal y más honda.

El concejal se apresuró a cumplir el mandato. Al cabo de un instante se presentó la doncella de la señora. Tiene usted que salir a comprar una vara de seda le dijo ésta. La doméstica, después de enterarse de las particularidades del encargo, se dispuso a salir para darle cumplimiento. D. Julián, que había escuchado atentamente, la detuvo con un gesto.

Preguntó con desmayada y dulce voz a su doncella si había visto señales, al pasar por el aposento del escondido, de que éste hubiese despertado; y Florela no supo qué decir, sino que debía de dormir el buen soldado, porque cuando ella pasaba por la puerta del aposento, adonde pocas horas antes le había conducido, escuchado había un cierto ruido, que si no se parecía al roncar de una persona que está en siete sueños, no sabía ella a lo que se parecía.

Su olfato percibió el olor de tabaco inglés ligeramente perfumado de opio que parecía flotar siempre en torno de su boca y sus patillas. ¿No era, pues, una ilusión haberle visto en el curso de su delirio? ¿Era realmente su voz la que había escuchado en medio de sus pesadillas?... El capitán rompió a reír, mostrando sus dientes largos amarilleados por la pipa.

Al llegar de Biarritz, Chichí había escuchado con ansiedad las hazañas de su «soldadito de azúcar». Quiso conocer, palpitante de emoción, todos los peligros á que se había visto sometido, y el joven guerrero del «servicio auxiliar» le habló de sus inquietudes en la oficina durante los días interminables en que peleaban las tropas cerca de París, oyéndose desde las afueras el tronar de la artillería.

Sin embargo, tanta era la lisonja que había escuchado en poco tiempo, tan refulgente el brillo que esparcía sobre su vida el dinero del papá, que bien podía aspirar a hacerle su marido. Si no lo pensaba así, al menos figuraba pensarlo hablando del conde, por detrás, con cierta displicencia y con afectada familiaridad por delante.

En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándole de su negra y pizmienta caballería.

Reconocía que su conducta era incorrecta. Estaba procediendo como cualquiera de aquellos murmuradores á los que había escuchado por casualidad. Sin duda, el ambiente de esta casa empezaba á influir en él... Era difícil enterarse de lo que decían las dos personas al otro lado de la puerta abierta.

El señor José era escuchado en silencio por Maltrana. Al albañil gustábale hablar con hombres de estudios que supieran distinguir. Aunque él fuese hijo de la Isidra, su educación convertíalo en hombre superior, casi en uno de aquellos seres que el antiguo guardia civil veneraba como pastores de la humanidad, designados por un poder misterioso que él no se tomaba el trabajo de conocer.

No se había atrevido á cortar la palabra á la condesa, y temía que Montiño lo hubiese escuchado todo, á pesar de que doña Catalina había hablado bajo. Salid dijo á Montiño. Montiño salió. Venid conmigo. Y Quevedo asió del brazo al cocinero mayor. Lo siento, don Francisco, pero no puedo; tengo que hacer. Señor Francisco Montiño dijo la madre Ignacia desde detrás del torno.