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Cuatro marineros daban la última mano en cada una al arreglo del aparejo, dirigiendo de vez en cuando miradas escrutadoras ora a la ría, bien a las calles que desembocaban en el muelle. Los señores no aparecían y la marea ya había bajado dos pies y medio. Alguno de los marineros expresaba sus impresiones desagradables por la tardanza con un rugido no bastante fashionable.

De repente, una voz imperiosa me dijo: «Vuestro pasaporteDesperté, y disimulando mi indignacion me dije por primera vez: «Ah! estamos en Francia; comencemos á ser sumisosPresentamos los pasaportes, dimos nuestros nombres y pronombres, firmando para que comparasen los caracteres; y despues de sufrir durante cinco minutos las miradas escrutadoras de los cancerberos, la misma voz imperiosa nos dijo: «Pasad

Miguel le sorprendió con él entre las manos mirándole atentamente: el capellán quedó algo confuso: «Barájoles, acabo de encontrar este libraco en el baúl de Adolfito Medina... ¡Con estas cosas se entretiene ese cerdoMiguel tomó el libro y comenzó a hojearlo, sin que el cura se lo impidiese; antes echaba miradas intensas y escrutadoras cada vez que daba vuelta a la página y aparecía una nueva figura, que era por lo general la de una mujer desnuda o medio desnuda; pero nunca dejaba de hacer algún comentario despreciativo. «¡Mire V., barájoles, mire V. esa porcuza enseñando todo lo que Dios la dio!... ¿Y todo eso qué es, Miguel?... ¡Nada!... ¡Porquería!... ¡Barájoles! ¿No es vergüenza que los hombres se pierdan por esas cochinadasTales comentarios servían de contrapeso a las miradas; pero Miguel no se dejaba engañar. «¿No le parece a V., señor cura, que esta sirena se parece a Petra?

La sobrina, por su parte, parecia estar contenta de mis opiniones y gustos en cuanto á las españolas, y al fin quedamos muy amigotes, aunque de cuando en cuando sentia yo que por encima de mi nuca le echaba el tio á la sobrina las miradas mas paternales, pero siempre escrutadoras en el fondo.

Después que se entera del que pide, crecen evidentemente sus sospechas porque le acribilla a miradas escrutadoras, de tal suerte, que el presunto sabio baja la vista avergonzado, juzgándose un matutero de la ciencia.

Desde que se sentaron a la mesa, la transformación que acababa de operar en su rostro había llamado la atención de todos, hasta de su padre, que no se dignaba reparar sino en muy contadas cosas: habíale dirigido durante el almuerzo cuatro o cinco miradas largas y escrutadoras, y él, por no soportarlas, bajaba la vista y se hacía el distraído; estaba avergonzado, y hubiera dado cualquier cosa por ponerse de nuevo los pelos que se había quitado.