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Cómo nos lo han cambiado, Luis. ¿Querrás creer que un día en el escritorio, al volver de Loyola, me contó con el mayor entusiasmo que había hecho una confesión general, un recuento de todos los pecados de su existencia y me afirmaba que después de esto se sentía con mayor salud, como si fuese otro mundo? No he presenciado caída como esta.

Nada más caliente y sofocante que el escritorio de don Eleazar en el verano: nada más frío también en el invierno, en que teníamos que pasar la noche y el día escribiendo, de pie sobre las baldosas desnudas y húmedas del piso.

Aparte de estas locuras, un buen muchacho que sabía su oficio: pero buena penitencia lleva, pues en Jerez nadie le ha dado trabajo por no molestarme, viéndolo expulsado de mi casa, y ahora tal vez vaya por el mundo royéndose los codos de hambre. Ese acabará por echar bombas, que es el final de todos los que niegan a Dios. Don Pablo y su empleado iban lentamente hacia el escritorio.

La primera noticia que Miguel tuvo del matrimonio de su padre se la dio el tío Bernardo, persona de extremada respetabilidad y carácter. Tomole de la mano gravemente momentos antes de comer, y le llevó a su escritorio, una pieza de aspecto sombrío, llena de cachivaches antiguos, grandes armarios de libros y cuadros al óleo que el tiempo había oscurecido hasta no percibirse siquiera las figuras.

¿No podía ser que, sin que usted lo supiera, la joven le amara y eso haya hecho que esté secretamente celosa de la Condesa? El interrogado tardó un instante en contestar. No dijo por último. ¿Dónde estaba usted cuando oyó el disparo? En mi cuarto. ¿En su cuarto de dormir? En el escritorio. ¿A qué hora precisa ocurrió el suicidio? A las once y tres cuartos. ¿Qué hizo usted al oír el tiro? Acudí.

Tenía necesidad la abuela de ver al señor cura a propósito de unos pobres a quienes socorremos, y se fue a casa del padre Tomás. La abuela recibió de su pastor la acogida más alegre que se puede desear. De tan buena gana reía el señor cura, que ya empezaba la abuela a amoscarse ligeramente, cuando aquel sacó una carta de su escritorio y se la dio sin más explicaciones.

¡Y me oirá! ¡si yo estoy con Dios... así!... repuso sonriendo al cerrar la mano con un enérgico gesto, y agregó: ¡Bueno, adiós! que tenemos los minutos contados; adiós... «mamita», adiós, Sofía; adiós, Carmencita; ¡hasta pronto, señor! dirigiéndose al viejo Fraga que salía del escritorio guardando el pañuelo entre el chaleco y su cuerpo, acaso porque no encontraba el bolsillo de su saco...

A la hora en que míster Robert pasaba para el escritorio y desde esa hora en adelante, todos los días hábiles, es tal la afluencia de gente en la Bolsa, que diríase ermita de santo milagroso en día de romería.

Quisiera hacer como todos hoy pensaba el joven, reirme, gozar... ¡parece que soy yo solo el triste y el desgraciado! ¡ay, no! que están mis viejos, que ya no volverán a reír ellos tampoco... ¿por qué he tomado esta calle? iré por el río, es más solitario... pero, antes, pasaré por casa de Susana, quiero despedirme de ella: ¡cuántas veces he seguido este camino! en esta cigarrería entraba a comprar cigarros, en aquella esquina me esperaba el italianito vendedor de diarios: daba luego mis tres paseos frente a la casa de Esteven: ella, en el balcón o detrás de la celosía, me miraba y me sonreía, y así que desaparecía, me iba al escritorio de Jacinto, y después a la Bolsa, ¡la Bolsa! ¿por qué habré pisado la Bolsa? no me vería en la que me veo.

Fermín Montenegro, al ir en los días de fiesta a visitar a su familia, se encontraba siempre con los amos. Así fue aumentando insensiblemente su trato con don Pablo. En medio de la campiña, bajo el cielo de intenso azul, parecía dulcificarse el carácter imperioso de Dupont, haciéndole tratar a su subordinado con más afecto que en el escritorio.