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¡Hola, amiguito! arguyó la de Aymaret riendo . ¡Bueno, voy a darle una cita para mañana! Acercóse a su escritorio y escribió este corto billete: «Querida, quisiera verte un instante a solas, tengo algo que decirte. Mañana a las 10 estaré en tu casa. Mil besos. Elisa

Después, estrechó las manos de la señora Aubry y de María Teresa, y se marchó. A la mañana siguiente, Huberto recibía un mensaje de su madre invitándolo a pasar por su casa sin demora. Algo inquieto, se dirigió a la calle Astorg y encontró a la señora Martholl instalada en su gran escritorio.

Aquella mañana encontraba al escritorio algo de nuevo, de extraordinario, como si entrase en él por vez primera, como si no hubiesen transcurrido allí quince años de su vida, desde que le aceptaron como zagal para llevar cartas al correo y hacer recados, en vida de don Pablo, el segundo Dupont de la dinastía, el fundador del famoso cognac que abrió «un nuevo horizonte al negocio de las bodegas», según decían pomposamente los prospectos de la casa hablando de él como de un conquistador; el padre de los «Dupont Hermanos» actuales, reyes de un estado industrial formado por el esfuerzo y la buena suerte de tres generaciones.

Cuando quisiera algo de él, mientras estuviese en la fundición, podía darle sus órdenes por teléfono. Ya se verían, si Sánchez Morueta visitaba los altos hornos; y si su principal no iba por allá, pasaría él por el escritorio antes de marcharse. Sánchez Morueta nada dijo ante un deseo tan claro de evitar toda visita al palacio de Las Arenas. Adiós, hijo mío... Hasta la vista.

Tenía éste un escritorio de comisiones en la calle Piedad, en una casa vieja que parecía iba a derrumbarse de vergüenza al ver, a sus lados y a su frente, edificios nuevos y lujosos, y de mostrar su fachada desconchada y sus ventanas del año 10 en barrio tan concurrido.

Y la marquesa, aunque algo contrariada por la noticia, sin apurarse gran cosa por la dificultad, arrojó la carta sobre el escritorio; volvió a llamar, acudió el mismo criadito de antes, y le dijo levantándose: La berlina en seguida. Mientras se la preparaban, volvió a su gabinete y llamó a su doncella para que la vistiera para salir.

Fermín pasó todo el día en el escritorio trabajando, con el pensamiento lejos, muy lejos; traduciendo cartas mecánicamente, sin fijarse en el sentido de las palabras, uniendo números como un autómata. Algunas veces levantaba la cabeza y permanecía inmóvil, mirando fijamente a don Pablo Dupont al través de la puerta abierta de su despacho.

Se casaba con Pepita y todos parecían satisfechos de tal matrimonio: la niña, la madre y el Padre Paulí. El millonario callaba, como si estando contentos los demás no necesitasen consultar sus deseos. Urquiola iba ya por el escritorio y daba órdenes imperativamente á los empleados.

Con la tía Goya era otra cosa; él no la saludaba, y en cuanto a don Bernardino, no hacía aún dos días le había tomado la acera, dispuesto a armar camorra. Bien sabía Jacinto que él no podía verles, a causa de los disgustos de familia, pero no por eso eran menos amigos; todas las tardes se reunían en el escritorio, y allí discutían si debían entrar o no en la jugada bursátil del día.

A la entrada estaba el escritorio, con su pantalla y sus ventanillas con letreros. Una parte estaba destinada al comercio y la otra al despacho de buques. Antes de entrar en las cuevas se pasaba por un vestíbulo, en donde había unas grandes balanzas colgadas del techo.