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El cura, oculto entre las sombras del jardín, los vio irse, esperando para salir de su escondite que se hubiesen todos alejado, cuando notó que no lejos de , entre las ramas de unos arbustos y cerca de una reja, había un hombre, que indudablemente se quedaba rezagado adrede, y que, moviéndose de pronto cuidadosamente, se escurrió con cautela a lo largo de la casa, hasta penetrar en ella por una puerta de servicio, que por razón del baile aún estaba abierta aquella noche.

Entra el Condestable y se propone registrar toda la casa; pero el Rey abandona voluntariamente su escondite, y declara que ha venido allí en secreto por haber oído hablar de ciertos proyectos de traición que se atribuyen al Condestable, y que, á la verdad, no da crédito á tales rumores, porque si los hubiese juzgado verdaderos ya habría dispuesto que lo decapitasen.

Pagó los dos vasos y terciando la montera para dar testimonio visible de aquella resolución, tomó el garrote que tenía arrimado al tonel y traspuso majestuosamente la puerta. Los tertulios esperaron á que Bartolo saliese de su escondite; pero viendo que no daba cuenta de y temiendo que le hubiera ocurrido algo malo, uno de los labriegos llamó con el garrote sobre el tonel. Bartolo, Bartolo.

Estaba allí como el pájaro en la selva, cantaba donde, cuando y lo mejor que le parecía, porque la misma multitud le servía de escondite, y su obligada agitación disculpaba sus incesantes vuelos de rama en rama; y como los hombres tontos son los ecos de estas soledades, siempre había flotando sobre los rumores del concurso alguna melodía de sus cánticos, llevada de boca en boca, con la mejor intención del mundo, pero con el afán y la rapidez con que se propagan de ordinario todos los falsos testimonios.

Paco Vélez salió por el otro lado del escondite con las manos en los bolsillos, coloradas las orejas y mordiéndose los labios, y se detuvo a examinar, con aire de inteligente, una bellísima lámpara de cobre repujado que sobre una columna salomónica hacía pendant con el caballete. Lucy, que no conocía a la Valdivieso, preguntó muy bajito a su maestro Castropardo, si aquel otro señor era su marido.

Bien conocía aquella chaqueta; era la de su principal, la que tantas veces le había rozado al descansar paternalmente la manga sobre su hombro. Miss, saliendo de su escondite, frotábase contra sus piernas gruñendo amistosamente. Pero, en fin, ¿qué era aquello? Nada significaba el pedazo de tela. Pero ¿dónde estaba el señor Cuadros?

Este sabía que existía aquí un seguro escondite, pues había vivido en este distrito siendo joven campesino; por lo tanto consiguió, en los meses de junio, julio y agosto de 1870, trasladar secretamente una gran cantidad del tesoro del Vaticano y guardarlo en este lugar, con el fin de salvarlo de las manos del enemigo.

No cómo con ella y lo que comes no estás más gordo... Te llamo a las once de la noche y esta es la hora en que te descuelgas por aquí... ¿ sabes lo que pasa?». Esto lo decía en la sala, al ver entrar a Nicolás, cuyos ojos tenían aún señales evidentes de lo bien que había dormido. Al sentir el coloquio, salió la pecadora de su escondite, y acercándose a la puerta de la sala trató de escuchar.