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A pesar de esto, el espada decidió abandonar este año a los del Gran Poder, para salir con los de la Macarena, que escoltaban a la milagrosa Virgen de la Esperanza. La señora Angustias se alegró mucho al conocer su decisión. Bien se lo debía a la Virgen, por haberle salvado de la última cogida. Además, esto halagaba sus sentimientos de plebeya sencillez. Ca uno con los suyos, Juaniyo.

Al bajar del automóvil vió una extensa llanura cubierta de hierba y formadas en ella dos compañías de soldados. Otros vehículos habían llegado antes. Del grupo de personas descendidas se despegó Freya, dejando atrás á las monjas y los agentes que la escoltaban. La luz del amanecer, azul y fría como los reflejos del acero, iluminaba las dos masas de hombres armados formando ancha calle.

Iban en grupos, con la cabeza descubierta; los hombres, empuñando grandes garrotes, y llevando al pecho el escapulario de la Virgen de Begoña; las mujeres escoltaban á los curas, mirando á la muchedumbre con sus ojos de hembras duras y fanáticas. Cesaron los disparos al entrar la procesión en la plaza.

Médicos y enfermeros ocupaban varios carruajes de este convoy. Algunos pelotones de jinetes lo escoltaban.

Potaje, con grandes espuelas vaqueras, preparábase a montar empuñando una garrocha. Los encargados de las cuadras escoltaban al contratista de caballos, hombre obeso, con gran fieltro andaluz, tardo en las palabras, y que respondía calmosamente a la atropellada e injuriosa charla de los picadores.

Los encapuchados, con sus cirios crepitantes, escoltaban a la Virgen, temblando el reflejo de sus luces en este manto regio que poblaba el ambiente de vivos fulgores. Al compás del redoble de los tamboree, marchaba luego un rebaño de hembras, el cuerpo en la sombra y la cara enrojecida por la llama de las velas que llevaban en las manos.

Pero el conductor de este oficio tuvo la desgracia de caer en manos de una partida de sublevados, que lo inmolaron en compañia de otros cinco hombres que lo escoltaban. Este crímen hizo imposible todo avenimiento, y el ejèrcito, que habia hecho alto en las costas del Ygarapey, avanzò hasta el Ibicuy, por caminos intransitables, y en el rigor del invierno. La falta de pastos, y la extenuacion que causó en los caballos, obligaron el ejèrcito español

Fueron los «macarenos» que escoltaban a la procesión los que, en nombre de la gloria del barrio, acometieron a los «nazarenos» negros, chocando palos y cirios.

Muy pronto el bufón del rey se convenció de que su papel estaba reducido, en la aventura que corría, al de un simple testigo. Seis hombres, á la larga separados y con gran recato, seguían al cocinero mayor, á los dos hombres que conducían el pesado bulto, y á los dos soldados de la guardia española que le escoltaban.

Un joven alemán que se hacía pasar por pariente suyo, y el «barón», el belga hermosote, la escoltaban, hablándose afectuosamente como amigos que beben juntos y juegan al poker, pero con un rencor en la mirada de hombres bien educados que consideran la mayor de las distinciones saber ocultar sus sentimientos.