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Al cuarto día de no vernos, el sereno de mi calle, que naturalmente le conocía, le abrió la puerta de abajo. Eran las doce y media de la noche; subió, y llamó, porque yo había mandado cambiar la cerradura de la puerta de la escalera, de la cual tenía él antes una llave...

El elegante se creía a la vergüenza en la picota, y de un brinco, que procuró que fuese gracioso, se puso en tierra. Sacudiendo el polvo de las manos y limpiando el sudor de la frente, dijo: ¡Es imposible! Que se busque otra escalera. Ya podía estar buscada... Si yo alcanzase... insinuó entonces el Magistral, con modestia en la voz y en el gesto.

Le imponía tanta magnificencia: la escalera toda de mármol, con dos leonazos melenudos al pie, a derecha e izquierda, las fauces abiertas, como si quisieran tragarse al incauto visitante; en el primer descanso, plantas exóticas; arriba, una vidriera de colores, y cuando la puerta se abría, veíase lujoso recibimiento, con estatuas y cuadros.

Sólo con enumerar las múltiples bellezas que me mostró se llenaría un volumen; y cuando creí que había terminado mi visita, me anunció con cierta satisfacción: Te falta ver lo principal: el tesoro. Ante una puerta de roble con remaches de hierro, que al principio creí daría acceso a la escalera de la torre, un canónigo nos esperaba rezando su oficio.

Buena escalera, excelentes pasillos, galerías espaciosas, hermosas balaustradas, salas magníficas.... Repito que nada tengo que tachar á la arquitectura del edificio, aunque desde luego se echa de ver que no fué construido para que sirviera de palacio.

La gran sala que atravesamos tenía abiertas de par en par las tres puertas de su inmenso balcón; el sol entraba ya por ellas, iluminando todo el larguísimo y espacioso carrejo que terminaba en la escalera; se oía el cuchareteo y hervor de la cocina que empezaba á animarse por la solemnidad del día, y se respiraba en toda la casa un ambiente especial, una atmósfera pura y embalsamada, que sólo se respira en el campo de la Montaña en las madrugadas de verano, al secar el sol el fresco rocío sobre las flores de las praderas.

No grites, hija decía la Marquesa, que ya no la miraba por no molestarse con la incómoda postura de la cabeza echada hacia atrás ; ya te bajarán.... Probó el Marqués a encaramarse sobre una escalera de mano de pocos travesaños, que servía al jardinero para recortar la copa de los arbolillos y las columnas de boj.

Después, precedidos por una vieja, subimos por una escalera de caracol que llevaba a la torre; había que marchar con cuidado por los escalones húmedos, resbaladizos y rotos, y bajar la cabeza para no tropezar. Al final, la criada abrió una puerta y pasamos los tres a una biblioteca abandonada, en donde había varios colchones de paja tirados en el suelo, y allí dormimos.

El coche entró al fin en la casa, haciendo retemblar los cristales de la gran mampara, y se detuvo al pie de la anchurosa y alfombrada escalera... También estaba esta vacía, y sólo vio el niño al pie de ella al grave oso de Noruega, Bruin, como le llamaban en casa, abriendo su gran boca armada de dientes enormes y presentándole la bandeja, como si le invitara a depositar en ella sus premios.

Pero aquella mala mujer no acababa de llegar; y fue necesario despedirse del obrero y dejar a los chicos en la escalera, con una buena limosna que nuestro joven les dio. Cuando ya bajaban, apareció por fin su madre.