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Del lado del naciente, una, dos, tres sombras humanas se acercaban con sigilo. Llegaron, miraron a un lado y a otro, escalaron las peñas y desaparecieron por la ventana. Un momento después un grupo más numeroso bajaba por el atajo. Luego un solo hombre, luego tres más, y, por fin, otro grupo de diez a quince personas. La negra abertura tragaba como boca de hormiguero.

CELIO. Bien escalaron los dos Las puntas de aquellos cerros. JULIO. Son famosos. CELIO. Florisel Es deste campo la flor. D. TELL. No lo hace mal Canamor. JULIO. Es un famoso lebrel. CELIO. Ya mi señora y tu hermana Te han sentido. Sale FELICIANA. D. TELL. ¡Qué cuidados De amor, y qué bien pagados De mis ojos, Feliciana! ¡Tantos desvelos por vos!

Aquel día escalaron los cristianos los muros sin hallar resistencia. Al pie de la escalera de la torre encontraron armado, en pie y sin vida, al nunca rendido Último Moro.

Avanzando cautelosamente para no caer en alguna emboscada, el Capitán y Cornelio llegaron bien pronto al pie de las primeras rocas, y las escalaron con no poco trabajo, por ser muy escarpadas. Echaron una ojeada desde la cima a la vertiente opuesta. Extendíase ante ellos un pequeño llano ligeramente ondulado, con algunos grupos de árboles esparcidos acá y allá.

Al amanecer escalaron las murallas, y la entraron sin hallar Resistencia ejecutando muertes con tanta crueldad, que por este hecho primeramente, y por los demas que fueron sucediendo, quedó entre los Griegos hasta nuestros dias por refran: la venganza de los Catalanes te alcance.

Entre tanto los salvajes, aunque corrían a la desesperada, sin dejar de lanzar sus armas, no lograban alcanzar a los dos jóvenes, que corrían como ciervos. En pocos momentos llegaron a las rocas y las escalaron sin detenerse. Iban a volverse para disparar otra vez, cuando vieron al Capitán abandonar la caldera. ¿Estás herido, tío? le preguntó Cornelio, corriendo hacia él.

Más te dijera, Andrés, en el particular, si más voluntad tuviese yo de meterme en mayores honduras; empero sólo me limitaré a decirte, para concluir, que no sabemos lo que tenemos con nuestra feliz ignorancia, porque el vano deseo de saber induce a los hombres a la soberbia, que es uno de los siete pecados mortales, por el plano resbaladizo de nuestro amor propio: de este feo pecado nació, como sabes, en otros tiempos, la ruina de Babel, con el castigo de los hombres y la confusión de lenguas, y la caída asimismo de aquellos fieros titanes, gigantazos descomunales, que por igual soberbia escalaron también el cielo; sea esto dicho para confundir la historia sagrada con la profana, que es otra ventaja de que gozamos los ignorantes, de que todo lo hacemos igual.

Estos guardas andaban bien armados, llevaban una linterna sorda, y un perro para que les avisase de cualquier ruido. De las puertas interiores existen todavía algunas en la ciudad con el nombre de portillos. Alvaro Colodro y Benito de Baños fueron los primeros soldados cristianos que escalaron la muralla por el punto mismo que hoy ocupa la Puerta de Colodro.