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El pudor, la candidez, la inocencia, todas esas prendas, que los hombres estimamos mucho, forman no ya un velo tupido, sino una muralla alta y gruesa, que sirve de reparo al corazón para que no se descubra ni se lea lo que en él importa leer. De aquí el engaño que padecen con frecuencia los hombres más despejados; engaño que no ven sino cuando ya no tiene remedio: después que se casan.

Allá, a las cinco de la tarde, cuando el sol se pone, ofrecen admirable perspectiva esas tres leguas de agua, sin una barca, sin una vela que limite y variedad a su extensión.

Los amigos, unos falsos; la familia... buena pa comérsela con patatas. Todas esas cosas de rivoluciones y repartos, mentiras, palabras pa engañar a los pimplis. Esto es la única verdá, ¡el vino!: de trago en trago nos lleva entretenidos y alegres hasta la muerte. Beba, don Fernando; se lo ofrezco porque es nuestro, porque nos lo hemos ganado. Es barato: sólo cuesta una misa.

Id a descansar, y no temáis. No perderé de vista esas dos luces. El piloto y el joven se tendieron en el fondo de la chalupa, bajo una lona, y el capitán se sentó a popa, junto a la caña del timón, mientras el chino se apoyaba en el palo de la vela. Las dos luces seguían brillando en el obscuro horizonte, siempre lejanas, por más que la chalupa adelantaba bastante.

Facundo había ganado una de esas enramadas sombrías, acaso para meditar sobre lo que debía hacer con la pobre ciudad que había caído como una ardilla bajo la garra del león. La pobre ciudad, en tanto, estaba preocupada con la realización de un proyecto lleno de inocente coquetería.

Estas eran dulces quimeras e ilusiones presuntuosas del amor sin experiencia. Hoy he querido ver todo eso, pero la magia de los hermosos días ha desaparecido. La casa ha sido abandonada a nuevos propietarios, y éstos, sin consideración alguna, han devastado sus parterres y arrancado sus madreselvas. No han respetado nada de lo que ella amaba; ¡lo que ella amaba! ¿acaso lo saben esas gentes?

Notando que el número de plantas era tan reducido, y que todas ellas, rigorosamente reducidas á trece hojas, carecian de señales que indicasen una cosecha anterior, le pedí la explicacion de esas circunstancias. «El gobierno, me dijo, tiene muy minuciosamente reglamentado el cultivo del tabaco en este y otros departamentos.

El Padre Ministro de Espadal, tenido por el hombre más cuerdo de la Provincia no podía haber escrito esas palabras. Instintivamente, los tres religiosos se dirigieron a la portería para interrogar a Juan González, seguros de que se trataba de una broma. Pero Juan González, yacía en el suelo, boca arriba, con los ojos muy abiertos.

También debe tenerse en cuenta que la juventud, necesitada de los deportes para consumir una parte de su exceso de vida, considera la profesión militar como el más divertido y gallardo de los juegos. Sin ejército no sabríamos qué hacer de todas esas muchachas de veinte años, fuertes, animosas, sanas, con una sangre rica que hace arder su piel ó hincha sus músculos.

Nosotros iremos despacio hasta casa. Se alejaron las dos mujeres con vivo paso, hablando en voz baja. Leonora adivinaba la sonrisa de sus rostros invisibles. ¿Ha visto usted a esas? dijo señalándolas con su cerrada sombrilla. ¿No se ha fijado usted en sus sonrisas y guiños al verle en el camino?... ¡Ay, Rafael! Usted está ciego y resulta terrible.