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Su semblante aparecía pálido y triste; pero se animó cuando vió al cocinero mayor. Bésoos los pies, señora dijo éste inclinándose delante de la joven. Dios os guarde, Montiño dijo doña Clara ; ¡con cuánta impaciencia os he esperado! Sentáos. ¿Y á causa de qué ha sido esa impaciencia, señora? dijo Montiño sentándose. Anoche han pasado cosas muy graves.

D. TELL. Tápala esa boca. NU

De todos modos, el irte ahora es dar una campanada inútilmente. Tienes que buscar casa donde pasar la noche, y la hora no es á propósito para eso... Quédate á dormir, y mañana será otro día. Y si sigues plantada te puedes ir adonde mejor te parezca. No puede ser repuso con sosiego y firmeza la joven. Vamos, Soledad, no seas chiquilla. Debes comprender que no hay razón para esa terquedad.

A la salida del coro señalaba al chantre, un prebendado obeso, con el rostro cubierto de placas rojas. Mírelo usted, tío decía a Gabriel . Esa caspa que tiene en la cara es un recuerdo del pasado. Corrió mucho, sin fijarse dónde ponía el pie... ¡Pues con esa facha, todavía presume de conquistador!

La moralidad del acto propiamente dicha, consiste en la conformidad explícita ó implícita de la voluntad criada con la voluntad divina; y esa perfeccion misteriosa que descubrimos en los actos morales, esa hermosura que nos encanta y atrae, no es otra cosa que la conformidad con la voluntad divina; el carácter absoluto que encontramos en la moralidad, es el amor explícito ó implícito de Dios; y por consiguiente un reflejo de la santidad infinita, ó del amor con que Dios se ama á mismo.

Con esa presencia clarísima de los actos sensitivos, concebimos muy bien lo que es el sentir en los sujetos distintos de nosotros; aunque no tengamos conciencia de lo que pasa en otro sujeto sensitivo cuando ve, sabemos muy bien lo que es el ver: es en los demás lo que en nosotros: en la conciencia propia, está retratada la ajena.

¡Que si quiero que se me haga justicia! pues ya lo creo; ¡á Dios la pido! ¡á Dios clamo por ella!... y estaré clamando hasta que la consiga... Pues aligerad. ¿A dónde me lleváis? A casa de otra alma desconsolada. No hay alma más desconsolada que la mía. ¡Quién sabe, Montiño! ¡quién sabe! pero andad, andad. ¿Y quién es esa otra alma desconsolada? Una mujer que está enamorada de vuestro sobrino.

De pronto, en que el pequeño ser rodaba de las rodillas de la madre, húmedas de nieve, una viva luz que reflejaba la blancura del suelo, atrajo su mirada. Con esa rapidez de transición característica en la infancia, su espíritu fue inmediatamente absorbido por la vista de aquella cosa brillante y animada que corría hacia ella sin alcanzarla nunca.

Señor Sagrario, haga el favor de despertar a mi tío». Pero ni el tío despertaba, ni D. José se hacía cargo de que le llamaban. «Parece que me tienes miedo, y que pides socorro le dijo Maxi con fría bondad . No te voy a comer. Estás equivocada si piensas que vengo de malas. Si no se trata ya de matarte ni de matar a nadie... Esa idea estúpida voló... por fortuna de todos».

Al preocuparse con la suerte de esos pobres huérfanos, al buscar con afán los medios de que vivan, obedece usted inconscientemente las órdenes de esa fuerza malvada. Cuando no le basta el atractivo del placer para la conservación de la vida, apela al sentimiento de compasión que ha puesto dentro de nosotros.