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Sin duda por el afán de lucirse y de inmortalizarse, así como Eróstrato incendió el templo de Diana en Efeso, hubo muchos que, sintiéndose ruines, amaron la celebridad más que la vida, y no por amor a la libertad y a la patria, sino por amor de la vanagloria, dieron muerte a sendos reyes o tiranos.

Lleva, si quieres, la antorcha de Eróstrato al edificio social; mi corazón está bastante amargado para aprobarte; pero puesto que el Cielo ha querido que habitásemos una tierra en la que todo es imperfecto, a excepción del dolor, no ensayes más esas reformas parciales que sólo servirán de monumentos a tu nulidad.

También viene con esto lo que cuentan de aquel pastor que puso fuego y abrasó el templo famoso de Diana, contado por una de las siete maravillas del mundo, sólo porque quedase vivo su nombre en los siglos venideros; y, aunque se mandó que nadie le nombrase, ni hiciese por palabra o por escrito mención de su nombre, porque no consiguiese el fin de su deseo, todavía se supo que se llamaba Eróstrato.

No era como el célebre Erostrato. ¿Quién? Uno que pegó fuego dijo Bou reventando de erudición a un templo... no si de Babilonia, de Venecia o de dónde. ¿Y sacó dinero? Vuelta con el dinero. Con dinero se tiene todo. Y quieres tener todo: gozar, disfrutar; lo mismo que cualquiera de esos pillos, lo mismo que la sanguijuela A o la sanguijuela B.

Prendiendo fuego á un templo portentoso Erostrato su nombre eternizó; Vendiendo Judas á Jesus piadoso Su fama en el Madero se esculpió. Entregando al verdugo dos cabezas Te has hecho en nuestros fastos inmortal, Que si no tienes que contar proezas, Tienes una traicion ¡vil Sandoval!