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Crecia la melancolía de Candido, y Martin no se hartaba de probarle que eran muy raras la virtud y la felicidad sobre la tierra, excepto acaso en el Dorado, donde ninguno podia entrar. Sobre esta importante materia disputaban, miéntras venia Cunegunda, quando reparó Candido en un frayle Francisco mozo, que se paseaba por la plaza de San Marcos, llevando del brazo á una moza.

Conviene desvanecer el error de los que piensan que este poeta fué imitador de Calderón. Tal concepto es falso de todo punto; y cuando se examinan sus diversas obras, se convence cualquiera de que sus facultades poéticas eran más que suficientes para seguir una senda propia, así en lo trágico como en lo cómico.

Sus mercaderes eran audaces para la navegación, ásperos para la ganancia, prontos para la pelea. Tal vez por ser los genoveses de igual carácter y sus vecinos más inmediatos, rompían con ellos.

Eran unos hombres que venían borrachos profiriendo horribles juramentos, atropellando y riendo desenfrenadamente como una turba de demonios regocijados. La joven sintió tal sobresalto, que no pudo permanecer allí un instante más y echó á correr con mucha ligereza.

Es raro que no habiéndole dado ningún aliento haya osado ese chico soltar palabras tan atrevidas. ¿Es que dudas de lo que acabo de decirte? Esas dudas cuando éramos novios tenían poco valor, no engendraban más que riñas pasajeras que según me aseguraban eran la salsa de las relaciones amorosas, aunque yo jamás quise creerlo.

Supe sinembargo, que las armas toledanas eran de las mismísimas condiciones que las de lejanos tiempos. Los siglos han pasado por encima, sin que los forjadores se hayan dado por notificados, pues hoy los procedimientos de fabricacion son los mismos que ahora cuatrocientos años, sin que los productos hayan mejorado notablemente. La vieja España machaca el acero con los mismos martillos.

Letra y música de la revista fueron estrepitosamente silbadas, contribuyendo esto a realzar el triunfo de Cristeta porque cuando mayores eran las muestras de desagrado, salió ella a las tablas y, lo mismo fue verla el público, que acallarse el bastoneo y los chicheos.

No pasó el 22 sin que a ratos revelara con hondos suspiros una aprensión muy grave. Por San Juan ya los ratos de tranquilidad eran los menos, y la marquesa anunció a su amiga, confidencias muy desagradables. Esta se asustaba oyendo tales augurios, y veía venir una nube más negra y tempestuosa que la pasada.

A los agravios alegados por los señores de Jardye y Hermany en nombre del barón, los señores Rambert y Evelyn contestaron en el de su cliente, que tales agravios eran imaginarios, pero puesto que el señor de Maurescamp se consideraba ofendido, el señor de Lerne, no podía dejar de inclinarse ante su apreciación.

Torquemada había sido alabardero en su mocedad, y conservando el bigote y perilla, que eran ya entrecanos, tenía un no qué de eclesiástico, debido sin duda a la mansedumbre afectada y dulzona, y a un cierto subir y bajar de párpados con que adulteraba su grosería innata. La cabeza se le inclinaba siempre al lado derecho.