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Regalado se mostraba gozoso al ver tan irritada á la muchacha. Los demás reían. Á D.ª Robustiana le costaba trabajo igualmente reprimir una sonrisa. Le hacían mucha gracia las bromas de su marido, aunque por naturaleza fuese mujer de carácter apacible y bondadoso. Tenía alguna más edad que él y era gorda y vestía al mismo tenor, un traje intermedio ni de señora ni de aldeana.

Esto no lo sabía nadie... ni él mismo quizá de un modo cabal... Nadie más que Cecilia, cuyos ojos de zahorí enamorada, leían claramente los pensamientos más vagos que cruzaban por la mente de su cuñado. Este manifestaba por ella una predilección tan afectuosa, tal entusiasmo y veneración, que era muy fácil confundir con el amor.

Y me dijiste entonces: »¿Si la muerta pudiera buscar una segunda madre para su hijo, elegiría a otra que a esa hermana, que era, después de ti, lo que ella más quería en el mundo? »Me quedé espantado hasta el fondo del alma, pues jamás me habría atrevido a alzar los ojos hacia ella.

Se lo dije a Chisco y me respondió, muy secamente, que no, añadiéndome que lo importante era que no le faltara a nadie la serenidad: en teniéndola, todo lo demás corría de cuenta de él. La alusión no podía ser más directa a , porque Pito, de tan bruto como era, pecaba precisamente por el extremo contrario.

Era el ardor del neófito que asusta al maestro, la audacia del renegado que quiere borrar con tremendas exageraciones el recuerdo de su historia. Además, se creía con derechos absolutos sobre la persona y los bienes de su catequista, y miraba con hostilidad a la pareja que vivía con el señor Vicente, sospechando que le despojaban de una parte de lo que consideraba como suyo.

En la ocasión en que aparece en el despacho del marqués, aún no había cumplido el medio siglo. Era delgado, de mediana estatura, de ojos pequeños y alegres, ligeramente moreno, de cara larga y algo afilada, no mucha frente, y corto y espeso el pelo gris de su cabeza. Vestía un traje obscuro, muy modesto y muy limpio, y tenía toda la barba afeitada.

Al contrario, era hombre joven todavía, pues apenas andaba en los cuarenta; poco erudito y muy despejado, de imperiosa y breve palabra, y sobradamente capaz de sujetar y meter en cintura á un convento de frailes y también á una horda de piratas.

Y corriendo de aquí para allí, subió escaleras, y tocó campanillas, y abrió puertas sin reposar un instante, hasta que hubo juntado siete ú ocho médicos, y les llevó á su casa. Era preciso salvar á Celinina.

Aquella primavera anticipada, frecuente en Vetusta, era una burla de la naturaleza; después volvía el invierno, como en sus mejores días, con fríos, escarchas y lluvia, lluvia interminable.

Sonríen la mayoría de los etnólogos, cuando se les habla de que las relaciones entre las razas antíguas americanas y polinésicas, han sido mayores que las admitidas generalmente, pero no es posible olvidar las mazas de piedra encontradas en Colombia y en el Perú, y casi indudablemente, en la República Argentina, pues durante mi visita á Santiago del Estero, en 1876, se me habló y se me hizo el diseño de una maza de piedra verdosa, que no era otra que una maza neo-zelandesa.