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Por el camino hablaba el viejo de su situación con tono melancólico; pero sus quejas eran vagas. Llegaron al paseo: una ancha faja de jardín en la orilla del río, exuberante de vegetación, pero tan sombría, que justificaba su título vulgar de «paseo de los desesperados». La concurrencia era la de siempre.

Pero no me era grato saber que mi hermana pasaba apuros y estrecheces, casi totalmente arruinada por su marido, y a menudo le mandaba reservadamente algunas cantidades como regalo para mis sobrinos, a quienes apenas conozco.... Calló don Manuel y se quedó abstraído breve rato.

Pero llegó un momento en que el joven sintió su situación embarazosa. Elías continuaba en voz baja su soliloquio sin cuidarse de él; era preciso marcharse; y eso de marcharse sin satisfacer un poco la curiosidad y hablar otro poco con la joven, no le gustaba.

Uno decía: «¡Siempre me lo dijo el corazón!»; otro: «¡Bien me decían a que este era un trampista!». Al fin, yo salí tan bienquisto del pueblo que dejé con mi ausencia a la mitad de él llorando y a la otra mitad riéndose de los que lloraban.

El fenómeno que ofrecían Serafina, Julio y Gaetano, era tan admirable como si las golondrinas se hubieran quedado a pasar un invierno entre nieve. Sólo que de las golondrinas no se hubiera hecho comidilla para decir que las alimentaban los gorriones, por ejemplo. Y de la larga estancia de los cómicos, contratados unas temporadas, otras no, se decían horrores.

Goethe creía en Dios; pero su inclinación natural le llevaba a buscarle, no en el centro del alma, sino derramando el alma en la naturaleza, donde Dios se le revelaba. Era, pues, más teósofo que místico.

Nunca habia girado un planeta mas hermoso al rededor del sol: su curso era libre y regular, ningun astro mas benefico existia en el espacio.

La música era digna de la arquitectura, y sonaba a zarzuela sentimental o a canción de las que se reparten como regalo a las suscritoras en los periódicos de modas. En esto ha venido a parar el grandioso canto eclesiástico, por el abandono de los que mandan en estas cosas y la latitud con que se vienen permitiendo novedades en el severo culto católico.

Era Obdulia bonita, de facciones delicadas, tez opalina, cabello castaño, talle sutil y esbelto, ojos dulces, habla modosita y dengosa cuando no estaba de morros. No puede imaginarse ambiente menos adecuado a semejante criatura, mañosa y enfermiza, que la miseria en que había crecido y vivía.

El señor de Bevallan sin alzar la voz me insinuó, que este contrato era una obra de desconfianza. ¡Una obra de desconfianza, señor! respondí en el tono más elevado de mi garganta. ¿Qué pretende decir con eso? ¿Es contra la señora de Laroque, contra , ó contra mi colega aquí presente, que dirige semejante imputación?...