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El Nacional le oyó subir la escalera con no menos velocidad, presentándose ante él tembloroso y pálido. ¡Es er Plumitas, señó Sebastián! Ice que es er Plumitas, y que nesesita hablá con el amo... Me lo dio er corasón denque le vi. ¡El Plumitas!... La voz del peón, a pesar de ser balbuciente y sofocada por la fatiga, pareció esparcirse por todas las habitaciones al pronunciar este nombre.

¿Pregunta su mersé por er Naranjero? interrumpió la solícita esposa . Pues no tiene más que torser a la derecha, saliendo de aquí; toma la callesita primera... El guitarrista la atajó de mal humor, mandándola callar. No se trataba de ir yo en persona a casa del Naranjero, sino de enviarle una tarjeta... Todo aquello me humillaba cada vez más.

Ya me extrañaba yo que hisiésemos er viaje sin sorpresas. ¡Pero camará, que no haya medio de librarse de esa gente!... Cambió algunas palabras en alemán con el primer oficial y luego gritó a unos camareros españoles que estaban al servicio de «los latinos»: A ve esos güenos mozos; ¡tráiganlos pa acá!

De las faltas que hay o puede haber en éste, yo absuelvo al autor, porque tengo la manga ancha. Yo digo, como el Dios que imagina Gœthe en «El Prólogo en el cielo» de su «Fausto»: «Es irrt der Mensch so lang er strebt».

52 el duque Aholibama, el duque Ela, el duque Pinón, 53 el duque Cenaz, el duque Temán, el duque Mibzar, 2 Dan, José, Benjamín, Neftalí, Gad, y Aser. 3 Los hijos de Judá: Er, Onán, y Sela. Estos tres le nacieron de la hija de Súa, cananea. Y Er, primogénito de Judá, fue malo delante del SE

Algunas voces protestaron desde el tendido. ¡Cuántos acólitos!... Parecían un clero parroquial marchando a un entierro. ¡Fuera too er mundo! gritó Gallardo. Y los dos peones se detuvieron porque lo decía de veras, con un acento que no daba lugar a dudas.

Serca de dos horas en este horno... Er comandante, porque soy español, me da siempre estos encargos. ¡Con lo que tengo que escribí en la comisaría!... Y salió apresuradamente, cruzándose con el abate, que volvía en busca de sus ornamentos para colocarlos uno por colocarlos uno por uno, bien contados y limpios, en los estuches de viaje. La banda de música tocaba su concierto matinal.

Allí estaba su cuñado, admirándose a mismo antes de ir a la plaza, satisfecho de un terno de calle del espada que se había arreglado a su medida antes de que lo usase el dueño. Con ser un ridículo charlatán, valía más que toda la familia. Este no le abandonaba nunca. Vas más hermoso que er propio Roger de Flor le dijo el espada alegremente . Sube al coche y te yevaré a la plaza.

No debía meterse entre él y la barrera. Convenía que guardase franca la salida. Otros, más entusiastas, excitaban su atrevimiento con audaces consejos. Suértale una de las tuyas... ¡Zas! Estocá, y te lo metes en er borsiyo. Era demasiado grande y receloso el animal para que se lo pudiera meter en el bolsillo.

¡Cha: currela, que sinela er jambo! «¡Oye: trabaja, que mira el amo!» Y cada uno se entregaba a su faena, con tal ardor, con esfuerzos tan cómicos, que muchas veces Rafael no podía contener la risa. Había cerrado la noche. La lluvia caía como polvo de agua, sobre los guijarros del patio.