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Perdóneme usted, amiguita indicó Eponina con bondad , me va usted a estropear el vestido; me lo está usted mojando con sus lágrimas. Me lo quitaré replicó Isidora haciendo un gesto de niña mimosa . Miquis, haz el favor de pasarte a la sala, que me voy a mudar de traje». Alejose un rato el médico. Cuando volvió, ya Isidora había tomado su forma primera.

Recomiendo a esta la calma. He sabido con disgusto que ha contravenido mis prescripciones higiénicas, remontándose al taller de madama Eponina, y probándose varios vestidos de baile para ver su buen efecto. Eso es muy peligroso y reproduce la fiebre. Prescribo el alejamiento absoluto de los centros miasmáticos. En los ratos que tenga libres, dedíquese la enferma a bordar unas zapatillas al Sr.

«¡Ay!, qué pocos alientos me da usted... Y para colmo de desdicha, ayer tarde me hizo Eponina un escándalo. Si lo que a me pasa no le pasa a nadie... Me ha puesto unas cuentas... de lo más estrepitoso... Por una hechura ¡dos mil reales!, por avíos de aquella bata, sólo por avíos, ¡mil quinientos!... Es para matarla...».

Isidora y Epinona miraron hacia la sala inmediata, y vieron entrar a un hombre. Era Miquis. «Pase usted, doctor dijo la modista , y verá usted cosa buena. Usted no estorba nunca». Era Eponina mujer desordenada; mucho tiempo hacía que no pagaba al médico, el cual visitaba con gran celo a la anciana madre de la modista.

Eponina quiso que esta se los pusiera para ver el efecto. ¡Ave María Purísima!... Púsose el primero; estaba encantadora. Púsose el segundo. ¡Oh, arrebataba! El tercero..., ¡Cristo!, el tercero caía tan bien a su cuerpo y figura, que sólo la idea de tener que quitárselo le daba escalofríos.

Yo estaba presente... y te digo que ya estaba pensando en mandar que trajeran árnica... Milagros, que ahora no puede encargarle nada a Eponina porque su marido no le pagaba las cuentas, compró las telas y llevó a su casa una modista para hacerse un par de trajes de verano... ¿Qué cosa más natural?

Otra grande y aparatosa muestra, colgada más arriba, en el piso principal de la misma casa, decía: Eponina, modista. Como Isidora la mirase, díjole Miquis: «Huye de esas peligrosas alturas, y vuelve tus ojos al valle ameno que está abajo. ; Ahí viven Emilia y Juan. ¡Qué felices son! Pues en esa casa, en ese establecimiento salutífero vas a vivir desde mañana.

Y esgrimió el bastón ante la imagen hechicera de la dama vestida de baile. «Has contravenido mi plan; te has burlado de mis recetas. No te salvarás, Isidora. Yo te abandono a tu desgraciada suerte. Siéntese usted, Augusto; deje usted el sombrero» dijo Eponina con melosa urbanidad.

Isidora ya tenía conocimiento con Eponina, porque esta le hizo algunos vestidos en los prósperos tiempos botinescos. Conocedora Eponina del buen gusto de la de Rufete, siempre que esta subía mostrábale sus galanas obras, pidiéndole parecer, de lo que Isidora recibía mucho gusto, si bien este se desvanecía con el desconsuelo de ver tantas cosas ricas que no eran para ella.

Se abrochaba su vestidillo humilde diciendo: «Ya tengo otra vez la librea de la miseria». Eponina salió, dejándolos solos. De repente Isidora se fue derecha hacia Miquis, y cruzando las manos delante de él, le dijo con acento de intenso dolor: «¡Amigo, estoy desesperada! ¿Qué tienes? le preguntó él, sintiendo ante aquella pena y aquellas lágrimas una cobardía dulce. ¡Estoy desesperada!