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Cuando don José comenzó a titular a su matador «el torero de la aristocracia», sintió Gallardo la necesidad de corresponder a esta distinción instruyéndose, para que sus poderosos amigos no rieran de su ignorancia, como les ocurría con otros compañeros de profesión. Un día entró en una librería con aire resuelto. Envíeme usté tres mil pesetas de libros.

Si me escribiere mi mujer Teresa Panza, pague vuestra merced el porte y envíeme la carta,que tengo grandísimo deseo de saber del estado de mi casa, de mi mujer y de mis hijos. Y con esto, Dios libre a vuestra merced de mal intencionados encantadores, y a me saque con bien y en paz deste gobierno, que lo dudo, porque le pienso dejar con la vida, según me trata el doctor Pedro Recio.

Envíeme usted a su casa, señora. No hay curación imposible para la homeopatía. Es usted muy bueno, doctor. Pero su médico, un simple alópata, asegura que ya no le queda más que un pulmón, y aun estropeado. Se le puede curar. El pulmón, tal vez. ¿Pero y la enferma? Puede vivir con un solo pulmón. Se ha visto muchas veces.

Pero el militar hizo un gesto de indiferencia, como si le ofreciese un juguete. Nunca había sido tan rico como en el momento presente. Tenía mucho dinero en París y no sabía qué hacer de él: de nada le servía. Envíeme cigarros... Son para y para los camaradas. Recibía grandes paquetes de su madre llenos de víveres escogidos, de tabaco, de ropas.

Dícenme que en ese lugar hay bellotas gordas: envíeme hasta dos docenas, que las estimaré en mucho, por ser de su mano, y escríbame largo, avisándome de su salud y de su bienestar; y si hubiere menester alguna cosa, no tiene que hacer más que boquear: que su boca será medida, y Dios me la guarde. Deste lugar. Su amiga, que bien la quiere, La Duquesa.

Cabalmente son subscriptores también todos los hombres notables de la política y de la Bolsa. Sólo usted nos faltaba, como quien dice. En ese caso dijo don Simón comprendiendo entonces la intención del periodista, que no era seguramente la de regalarle el periódico , envíeme usted el recibo. A su tiempo, señor de los Peñascales.

Pero no resistirá, yo se lo aseguro a usted; perfectamente cómo se hacen estas cosas: cuando se ha dado un paso en vago como el que ha dado esa mujer... cuando está ofendida la moral pública... Bien, bien; ¿quedamos convenidos? , señor. Envíeme usted el fraile. Le enviaré al momento. Adiós. Servidor de usted, caballero. Salí dejando sobre la mesa del comisario algunos billetes de banco.

El día en que la necesidad de confidencias le lleve a ese punto, envíeme los fragmentos que pueda comunicarme, sin alarmar demasiado sus pudores de escritor... »Otra cosa que me gustaría saber: ¿qué es de aquel amigo de quien apenas me habla usted ya? El retrato que de él me hizo era seductor. Si comprendí bien debe ser un mozo encantador, pésimo estudiante.