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¿Qué queréis, hijos míos? respondía él. He perdido el estómago. ¿Cómo no había de perderlo si esta mujer que aquí veis me ha estado envenenando más de tres semanas con una bebía compuesta? Decid que es mentira saltó María-Manuela.

Otro ruido extraño vino a aumentar su zozobra: oyóse un ligero golpe metálico, argentino, semejante al de la hoja de un puñal chocando con precaución sobre una superficie cristalina o marmórea; después, a intervalos y por largo rato, un ruido sordo de algo que frotaba con rapidez y ligereza... Quizá el vecino afilaba el puñal, quizá lo estaba envenenando...

Por que me han robado a mi mujer, porque me ha engañado mi mujer, porque yo había respetado el cuerpo de esa infame para conservar su alma, y ella, prostituta como todas las mujeres, me roba el alma porque no le he tomado también el cuerpo.... Los mato a los dos porque olvidé lo que al médico de ella, olvidé que ubi irritatio ibi fluxus, olvidé ser con ella tan grosero como con otras, olvidé que su carne divina era carne humana; tuve miedo a su pudor y su pudor me la pega; la creí cuerpo santo y la podredumbre de su cuerpo me está envenenando el alma.... Mato porque me engañó; porque sus ojos se clavaban en los míos y me llamaban hermano mayor del alma al compás de sus labios que también lo decían sonriendo, mato porque debo, mato porque puedo, porque soy fuerte, porque soy hombre... porque soy fiera...».

Inspirada por mi gratitud hacia vos y por mi odio hacia ella, fingí entrar por entero en sus proyectos; y prometí ayudarla sinceramente, libertarla, como decía ella, de vuestra cruel tiranía, que está envenenando su vida desde hace más de quince años.

Peligroso mortal, no más te goces envenenando ufano mi existencia; demasiado sufrí, déjame al menos que triste muera aquí con mi inocencia.

Sin saberlo, padre, usted me ha estado envenenando lentamente; pero, lejos de aborrecerle, le quiero, le adoro con toda alma... He procurado arrancar de mi alma este amor que me consume, he golpeado mi pecho, he martirizado mis carnes... Usted bien lo sabe, padre... Después me he convencido de que era inútil, y lo he dejado florecer en mi corazón. Cúmplase la voluntad de Dios.

También los del Valeroso Portela, que dicen: Escuchen, señores míos, les diré de Juan Portela, el ladrón más afamado de la gran Sierra Morena. Calla, hijo, calla por Dios. Me estás envenenando con tus horribles coplas. Ningún joven guapo y decente aprende tales cosas. Esto está bien para el pueblo, para el populacho. ¿Sabes lo que es el populacho?