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Y aquí, para entre nosotros dos, ¡qué poco la atiende la madre! ¡Verdad es, una criatura como Blanca que casi no ha tenido juventud! Yo no puedo exigirle el sacrificio de su alegría; es una niña todavía; una noche de teatro, un baile, una fiesta cualquiera la fascina. ¡Yo lo encuentro natural, pero si al menos su hija le produjese el mismo entusiasmo!

Sobre todo, entra a matar de veras y no se sale del terreno de la verdad. Las buenas mozas amigas del diestro agitábanse borrachas de entusiasmo, con histéricas contorsiones, los ojos lacrimosos, la boca chorreante, agotando en plena tarde el léxico de palabras amorosas que sólo usaban por la noche.

A renglón seguido, como todos los artistas, Primo se quejaba de que el arte se hallaba en lamentable decadencia, que no se estimaba ya el mérito. Recordaba con entusiasmo los tiempos antiguos. Aquí onde usté me ve, cabayero, he vestío como un mataor de toros. Las onsas que han entrao en mi borsiyo no caben sobre un manter... ¡Pchs! Hoy s'a güerto la tortilla.

Desde aquí al cielo, señor don Claudio... Y no me replique, para taparme la boca, que poco he demostrado mi entusiasmo por las maravillas de Peleches volviéndoles la espalda durante tantos años; porque bien dicho lo tengo por qué ha sido y cuánto lo he deplorado... ¿Está usted? Pues ahora díganos qué va a tomar, porque está Catana deseando saberlo para servirle en el aire...

Este canto infernal salía de la tienda cuya descripción hemos presentado en el capítulo anterior, y quien lo ejecutaba era el poseedor de aquel establecimiento, el insigne Ramón Pérez. Entonaba las palabras Triste Chactas, etc., con una expresión, con un entusiasmo que le conmovían a él mismo hasta llenarle los ojos de lágrimas.

¿Le gusta a usted la música? preguntó la dama. ¡Oh, mucho!... Gallardo nunca se había hecho esta pregunta hasta entonces, pero indudablemente le gustaba. Doña Sol pasó lentamente del ritmo vivo de los cantos populares a otra música más lenta, más solemne, que el espada, en su sabiduría filarmónica, reconoció como «música de iglesia». Ya no lanzaba exclamaciones de entusiasmo.

Y como los doscientos treinta y cuatro, pasaron sus horas de clase los miles y miles de alumnos que les precedieron, y, si las cosas no se arreglan, pasarán todavía los que han de venir y se embrutecerán, y la dignidad herida y el entusiasmo de la juventud viciado se convertirán en odio y en pereza, como las olas que, volviéndose fangosas en cierta parte de la playa, se suceden unas á otras dejando cada vez mayor sedimento de basura.

Marenval dirigió á las dos mujeres una mirada de entusiasmo y dijo con una expresión que les arrancó las lágrimas: ¡Es verdad! Ahora creo que Jacobo es inocente. Pero no basta creerlo; hay que probarlo.

Don Eugenio pertenecía a la Milicia Nacional, y aunque tomaba sus bélicas ocupaciones con tibio entusiasmo, no por esto dejaba de preocuparse del honor de la «tercera de Ligeros». Cuando era preciso se calaba el chacó, martirizaba el pecho con el asfixiante correaje, y servía a la nación y a la libertad, yendo a pasar la noche en el Principal, donde comía melones en verano, se calentaba al brasero en invierno, en la santa y pacífica compañía de algunos otros comerciantes del Mercado, que, olvidándose de la marcialidad de su uniforme, pasaban las horas de la guardia hablando de las fábricas de Alcoy o del precio del azúcar y de la seda; todo esto sin perjuicio de faltar a la ordenanza, abandonando el puesto con frecuencia para dar un vistazo a sus casas.

Respondedme con franqueza. Se le respondió que inmediatamente; y satisfecho con la respuesta, don Alejandro Bermúdez rompió la marcha hacia dentro, diciendo a las dos mujeres, con el mayor entusiasmo, como si nunca se lo hubiera dicho hasta entonces: ¡Si no tiene escape! Dadme vosotras un aire puro, y yo os daré una sangre rica; dadme...