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Ojeda, con su lírico entusiasmo, reconstruía los pensamientos de la muchedumbre cosmopolita que iba hacia el Sur tendiendo las manos tras el aleteo de la diosa sin cabeza. Este nombre circulaba como una música por el mundo viejo, despertando las almas adormecidas.

Mas ahora, agotadas sus fuerzas, la barra se queda más atrás de la rama. Entonces, de aquella multitud ebria de entusiasmo se eleva un clamoreo inmenso. «¡Viva Laviana!» «¡Viva Villoria

Por tres veces realizó la suerte, entre las aclamaciones del público. Los que se tenían por inteligentes desquitábanse ahora de la explosión de entusiasmo provocada por Gallardo. ¡Esto era ser torero! ¡Esto era arte puro!... Gallardo, de pie junto a la barrera, limpiábase el sudor del rostro con una toalla que le ofrecía Garabato.

Jamás se le había ocurrido la posibilidad de perder el tiempo con una mujer. Eso quedaba para los hartos, para los felices. El señor Manolo comía con entusiasmo, alabando la carne tierna de los animales de El Pardo. Olía a tomillo, a romero, a todos los perfumes del bosque. Los domingos eran para él días de descanso y plácido aislamiento.

También la literatura manifestó siempre tendencias bastante pronunciadas en este sentido, y es cosa proverbial, sobre todo en las provincias, que nuestros literatos no se lavan sino cuando llueve: hay hortera a quien se le saltan las lágrimas de entusiasmo contando alguna gran asquerosidad de Carlos Rubio, o la manera de vivir de Marcos Zapata, por más que respecto a este último, como amigo suyo que soy, puedo declarar que hay exageración.

D. Pepito entonces procuraba realzar y fortificar la eficacia de sus vocablos; y en su entusiasmo filológico, sin maliciosa premeditación, apelaba a la mímica. Modérese usted, tenía yo que decirle, y advierta que con ese auxilio no hay idioma que no sea tan eficaz y expresivo como el guaraní. Con ese auxilio hasta sin hablar se expresa cualquiera con primor, claridad y eficacia.

Pero Cornias, que tenía el entusiasmo de todo ello en conjunto, pensó acertar mejor ostentándolo de una vez en hora tan señalada. Error del pobre muchacho. El corcel de buena sangre, para lucir su gallardía, o en pelo y en libertad, o bien arrendado por su jinete.

Detenerse en esta mitad es caer, es peor que volver atrás, es peor que no haber empezado. Hay que optar entre los dos extremos: ó seguir adelante, ó maldecir la hora en que hemos nacido. Lázaro notó, mientras pronunciaba estos párrafos, que entre las mil figuras del auditorio, y allá en lo obscuro de un rincón, había una cara en cuyos ojos brillaban el entusiasmo y la ansiedad.

De conocer Martín la Odisea es posible que hubiese tenido la pretensión de comparar a Linda con la hechicera Circe y a mismo con Ulises, pero como no había leído el poema de Homero no se le ocurrió tal comparación. se le ocurrió varias veces que se estaba portando como un bellaco, pero Linda ¡era tan encantadora! ¡Tenía por él tan grande entusiasmo! Le había hecho olvidar a Catalina.

Cada vez que una granada explotaba sobre un grupo de alzados, producía un entusiasmo extraordinario, no sólo entre los soldados que servían las piezas, sino entre los de infantería y caballería, todos los cuales daban saltos y lanzaban interjecciones saludando el desastroso efecto que la metralla producía en las filas rebeldes.