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El ruido de la Fontana resonaba como enjambre lejano: á los gritos se unían las palmadas, y una voz agitada y sonora se elevaba á ratos sobre aquella tempestad de entusiasmo. Lázaro vió en torno suyo á tres pilletes que le contemplaban con burla, y uno de ellos atisbaba una ocasión oportuna para quitarle el sombrero.

No era posible ya, ni siquiera de «buen gusto», sentir entusiasmo por nada, ni de lo de tejas arriba ni de lo de tejas abajo. La verdadera agonía del espíritu social. De eso adolecían los tiempos actuales, y por ahí venía la muerte del cuerpo colectivo.

Como nadie le contradecía, dábase él a probar cuanto le daba la gana, con esa buena fe y ese honrado entusiasmo que ponen algunos sabios del día en ciertos trabajos de erudición que el público no lee y que los editores no pagan. Bastante hacen con publicarlos.

En su entusiasmo por el vocablo hubiera declarado morbosa a la misma madre que lo había parido. Nada nuevo, pues, le decía Moreno. Muy de antemano sabía ya el ilustre fisiólogo que el arte y el misticismo eran elementos morbosos del organismo social. Lo eran también otra porción de cosas que Moreno no sospechaba siquiera.

Si el trabajo es la mayor de las virtudes, ¿por qué se afanan los capitalistas en amontonar riquezas para librarse ellos y librar a sus descendientes de la práctica de tal virtud? ¿Por qué esa sociedad que ensalza el trabajo con los más poéticos conceptos relega al trabajador a la última fila? ¿Por qué acoge con más entusiasmo a cualquier soldado que estuvo en la batalla tal o cual, que al viejo obrero que ha pasado sesenta años practicando el trabajo, sin que nadie se fije en él ni le agradezca tanta virtuosidad...?

Y doña Casta: «Ahora viene el paso difícil, ahora... En este trozo no tiene pero... ¡Qué limpieza... qué manera de frasear!...». Doña Lupe también hacía aspavientos, y Fortunata se veía obligada a expresar su entusiasmo, aunque no entendía una palabra de tal cencerrada, y en su interior se pasmaba de que aquello se llamase arte sublime, y de que las personas formales aplaudiesen música semejante a la de un taller de calderería.

Y sin embargo el fervoroso entusiasmo de Al-hakem encuentra todavía nuevos medios de embellecimiento: resuelve prolongar las once naves ciento cincuenta piés más hácia el mediodia, construyendo un santuario que no tenga igual en el orbe.

Era la niña mimada de las matronas, que narraban con cariño anécdotas de mis abuelos y bisabuelos y de otros antepasados cuyos hechos y proezas debían haber sido muy notables, para que aquellas bondadosas marquesas hablaran de ellos con tanto entusiasmo.

Las gentes se hablaban ávidas de recibir y comunicarse nuevas que justificaran la exaltación de los ánimos; los que no sabían leer, es decir, el mayor número, se reunían en corros a oír las relaciones que en cartas o periódicos se hacían del estado de España, que semejaba haber caído en poder de moros; comenzaron a pronunciarse con respeto nombres de cabecillas olvidados; y personas que jamás hicieron alarde de su opinión, manifestaron sin rebozo que, si en aquellos valles volvía a resonar el grito de Dios, Patria y Rey, contestarían a él con entusiasmo.

El ingeniero juró también con el entusiasmo de una juventud enérgica.